sábado, 19 de mayo de 2018

B) HIPÓTESIS SOBRE LOS ALIMENTOS DEL INVIERNO Y DEL VERANO.

(En donde se volverá a demostrar que nuestra cultura está llena de mentiras. Corto texto, pero verá que muy interesante y educativo)

Todos estamos convencidos de que los que vivimos en el hemisferio sur comemos al revés. Pensamos que como nuestra cultura proviene del norte, nuestros modos de alimentarnos están trastocados.
—¿Comer nueces, almendras, castañas, chocolates y turrones en Navidad?, ¡Eso es un desatino!— creemos todos, debido a que es una costumbre importada a las tierras australes por los inmigrantes del norte.
Estamos convencidos de que consumir esos alimentos en pleno verano navideño es un estúpido atavismo que nuestros antepasados nos impusieron, porque ellos crecieron con la costumbre de consumirlos en los inviernos de fin de año de sus lugares de origen.
Por algo parecido, en todos los lugares en donde hace mucho frío, sus habitantes, o los que por ellos transitan, creen que ingerir tabletas de chocolate es un modo de protegerse de los rigores estacionales.
Uno siempre recuerda las imágenes cinematográficas de soldados norteamericanos disputándose una barrita de la riquísima golosina para, supuestamente, hacer más soportable la crudeza de cada invierno europeo de la guerra. (En realidad lo que necesitaban era sentir gusto dulce en sus paladares, como hemos visto recién, para, inconscientemente, sentirse consolados de las agresiones que les tocaban vivir.)
Es por eso que, estamos seguros, somos víctimas de una especie de psicosis colectiva, de una contracultura que nos “obliga” a comer nueces y chocolates en el tórrido verano de Sudamérica.
Recuerdo, como un hecho cómico, que siendo niño leí en la revista infantil Billiken que “en invierno da más calor un helado de chocolate que un plato de sopa”, ya que, decía la nota, “tiene más calorías un helado de chocolate que un plato de caldo”.
Y me lo creí. Pero, por sobre todo, me encantó la noticia, porque nadie puede negar que cuando uno es niño, y también más adelante, es mil veces más rica una buena porción de helado que un plato de sopa (aunque haga muchísimo frío).

Pero nada de eso es cierto.

Decíamos más atrás que para todos nuestra boca no es más que la boca de un horno en donde cuanto más combustible se echa más calor se produce, y que esto es una falacia.
Al parecer nos hemos olvidado de algo fundamental: EL CALOR ESPECÍFICO DE LAS SUBSTANCIAS, concepto que en nuestra Facultad de Medicina de Rosario nos enseñó el Dr. Julio Barman en su famosa cátedra de Física Biológica (Él lo llamaba CALOR INTRÍNSECO, y a mí me gusta más llamarlo así. Al fin éste no es un libro de física).
Todo elemento, aparte de docenas de propiedades físicas que lo caracterizan, goza de una muy particular, sobre la que se habla muy poco: EL CALOR INTRÍNSECO.
Se denomina así a la capacidad que tiene cualquier elemento, de retener durante más o menos tiempo el calor que le ha brindado una fuente de él. Si calentamos a cien grados centígrados un litro de agua y uno de aceite, y luego al mismo tiempo lo retiramos del fuego, veremos que el agua demora mucho más tiempo en enfriarse. En consecuencia, el agua tiene más calor intrínseco que el aceite. De hecho, según recuerdo, es el agua destilada el elemento de mayor calor intrínseco de todos los que existen.
El hombre, después de descubrir el fuego, observó que el agua caliente pura es vomitiva, pero que si se disuelve en ella algún elemento que le dé sabor agradable deja de serlo automáticamente. Y también observó que al ingerir algún compuesto de agua caliente saborizada, se defendía más fácilmente del frío ambiente en sus obligadas exposiciones a él. Las tisanas, los caldos y los guisados son el resultado de esa observación.
Y es rigurosamente así. Al ingerir un alimento o bebida que tenga un alto calor intrínseco (mucha agua caliente en su composición) nuestra temperatura interior subirá algunas décimas de grado –elevación que se mantendrá durante un largo tiempo– lo que permitirá resistir más fácilmente una exposición prolongada al frío reinante. Por eso los rusos consumen grandes cantidades de té muy caliente (sacados de su tradicional samovar) antes de exponerse a las gélidas temperaturas de sus inviernos tan crudos.
En nuestras navidades del hemisferio sur, para terminar con el asunto, consumimos, en realidad, elementos de muy bajo calor intrínseco: asados de carnes vacuna o porcina, o de pollos o pavos, así como ensaladas de todo tipo, por ejemplo. Y bebemos cosas que tienen un alto porcentaje de agua fría, porque así como el agua es lo último en enfriarse, también es lo que más demora en calentarse, por lo que conserva más tiempo el frío a que se la ha sometido.
En las navidades del hemisferio norte, en donde las temperaturas son bajísimas en esas épocas, se consumen alimentos y bebidas con muy alto calor intrínseco: sopas, guisos... Esa es la verdadera diferencia.

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