sábado, 19 de mayo de 2018

C) HIPÓTESIS SOBRE LA “ANOREXIA NERVIOSA”.

(En donde descubrirá que hasta la etimología -origen de las palabras- tiene mucho que ver en las cuestiones de salud)

En un libro como éste no podían faltar las opiniones del autor referentes a un problema que se ha extendido por todo el mundo occidental con una velocidad alucinante.

Antes que nada quiero a darle a conocer mi opinión con respecto al término que se utiliza para denominarlo: ANOREXIA.
Creo que es erróneo.

Anorexia es palabra derivada del griego, que, literalmente, significa “falta de hambre” (‘an’, prefijo negativo que significa sin o falta, y ‘orexia’: hambre), y eso no es cierto para nada en el caso que nos preocupa.
Para diferenciarla de la real anorexia –síntoma muy común en determinadas patologías, desde muy simples como los comunes y variados estados infecciosos, y por ende de corta duración (vencida la enfermedad viral o bacteriana, el hambre retorna lenta pero seguramente a ser el mismo que corrientemente se sentía antes de la infección), hasta la anorexia muy severa que se presenta en muchas enfermedades terminales, y acompaña a sus portadores hasta el fin de sus días, cuando no es ella la causa de ese fin–, para diferenciarla, decía, se denomina a la que aparece en forma espontánea, sin ninguna explicación anátomopatologica, generalmente en adolescentes jóvenes, anorexia nerviosa.

Cuando uno conversa con una portadora de ese tipo de “anorexia” (me refiero al sexo femenino porque es en él en donde se ven la mayoría de los casos) viene a descubrir, con asombro, que no es que no se alimentan porque no tienen hambre, sino porque, simplemente, se niegan a comer.

El término adecuado sería, entonces, AFAGIA (palabra también de origen griego que significa “renuncia a deglutir”. De ‘a’, prefijo negativo, y ‘fagos’: tragar, deglutir).
Estas disquisiciones podrían tomarse, a primera vista, como un simple prurito idiomático del autor, pero trataré de convencerlo de que no lo es para nada.

Si hablamos de “afagia” se nos facilita el razonamiento para comprender los cuadros de otras muchachas que no pueden denominarse literalmente así, ya que no es que ‘no comen’ porque se niegan a deglutir, sino que comen muy poco, por lo que el apelativo de afágicas sería impropio. A ellas debe denominárselas HIPOFÁGICAS u OLIGOFÁGICAS (‘hypo’ es prefijo griego que significa deficiencia, y ‘oligo’ también quiere decir escaso o deficiente).
Es extremadamente importante esa diferenciación, porque las medidas terapéuticas a tomar ante una “afágica” o ante una “hipofágica”, han de ser muy diferentes. Tan diferentes como las causas por las cuales han llegado a uno u otro estado.

Se cree, inocentemente y como un hecho indiscutible, que la “culpa” de la “anorexia” la tienen las imágenes que por estos tiempos nos muestran los medios de comunicación: mujeres muy bonitas y de cuerpos superlativamente afinados.
“Todas las adolescentes quieren parecerse a ellas”, se piensa. “Ésa es la causa de tan universal trastorno”.
Pero ese pensamiento es absolutamente erróneo, a mi modo de ver.

Las afágicas se someten a tan terribles privaciones porque a causa de graves trastornos psiquiátricos sienten un patológico miedo a crecer, y han creído descubrir (peor, con tanta imprudente difusión del tema SE LO HAN ENSEÑADO) que no comiendo se puede dejar de seguir creciendo. Sienten un miedo morboso a transformarse en adultas.
Antes hemos hablado de la crisis de identidad de los adolescentes. Del gran drama que soportan al tener que dejar atrás la dependiente pero cómoda niñez para ir rumbo a una adultez forzosamente responsable que les exigirá el autoabastecimiento, proceso que es naturalmente irreversible.
Una inmensa cantidad de muchachas, y algunos varones (las mujeres son muchísimo más numerosas que los varones en estos problemas simplemente porque en ellas se notan muy rápidamente los cambios corporales que las alejan de la infancia), han descubierto que para “prolongar la niñez” con dejar de comer es suficiente. El Peter Pan que todos llevamos dentro, aparentemente puede cumplir con su ilusión: —Ya no crezco más.
Si conoce usted a alguna afágica habrá notado que su cuerpo es igual al de una niña, tan pero tan niña que ni siquiera menstrúa (como las niñas de verdad).

La solución de este problema es terriblemente complejo.
Hasta ahora los resultados obtenidos con los casi torturantes métodos de los grupos de autoayuda han sido menos frustrantes que los tratamientos psiquiátricos, y estos algo menos decepcionantes que las terapias psicológicas.
A pesar de toda esa ayuda, los padecientes de afagia llegan, en gran número, desgraciadamente, en forma directa o indirecta a la muerte por inanición.

Las hipo u oligofágicas sufren un trastorno con muchas mejores expectativas. Ellas sí, simplemente, quieren lucir “un cuerpo a la moda”. Les han enseñado otra manera diferente de poner de manifiesto las naturales rebeldías adolescentes: ellas  no comen para poder parecerse a las esqueléticas modelos que ven en las revistas y en la televisión… O a sus amigas que ya lo lograron.
Gracias a Dios, algunos países ya han legislado para poner coto a la exhibición de modelos con cuerpos tan magros. Sería fantástico que esa actitud se universalizara.
Si fuese yo legislador propondría que cada vez que aparezca la imagen de una modelo luciendo algún tipo de ropa, se ponga al pié la edad de ella. Ya hemos comentado que es de uso común el maquillar a niñas, inclusive a algunas que aún no han comenzado a menstruar, para que tengan el aspecto de señoritas de veinte a veinticinco años. Lo que se consigue con esas prácticas es que adolescentes de esas edades quieran lucir el cuerpo de las que ven en las pasarelas (—Si ellas tienen mi edad— creen —por qué yo no puedo tener un cuerpo igual que el de ellas). Pero a causa de la grasa sexual que ya han desarrollado a esas edades, solo lo pueden conseguir, como ya hemos visto, si se carencian tanto en su alimentación como para reducir su masa muscular, y luego su grasa sexual femenina (cosa que, invariablemente, será transitoria).

La solución de este problema es más simple, a mi juicio. Una firme y vigorosa actitud de los padres o de los encargados de su crianza (ante un problema que no pasa de ser, con perdón de los psicólogos y psiquiatras por la simpleza de mis razonamientos, más que un furibundo capricho adolescente, un producto de la locuela) una vigorosa actitud, decía, podría solucionarlo en breve tiempo.
Claro que al principio es muy difícil diferenciar a una hipofágica de una legítima afágica, pero, afortunadamente, hay suficiente tiempo como para distinguir unas de otras.
Si poniendo límites estrictos, como el prohibirles desarrollar TODAS sus actividades si no aceptan alimentarse correctamente, no se consigue nada, o, peor, el cuadro empeora, es que se está en presencia de una afágica, es como si hubiesen decidido el suicidio por inanición, por lo que las actitudes a tomar han de ser más drásticas, severas y urgentes: llevarlas a un grupo de autoayuda, por ejemplo.

He conocido el caso de muchas hipofágicas que cambiaron su actitud ante la férrea actitud de sus padres: —¿No quieres comer?, está bien... Pero no saldrás de esta casa hasta que lo hagas.
Casi invariablemente, en esos casos, después de dos o tres días de claustro, la situación comienza a revertir. En casos un tanto más complejos, luego de una terapia psicológica breve el problema empezó a solucionarse.

El problema de tipificar a afágicas e hipofágicas bajo el común denominador de ANORÉXICAS, es que se deciden las mismas actitudes para unas que para otras; y como la inmensa mayoría no son mas que rebeldes adolescentes del grupo de las hipofágicas, se las somete, exageradamente, a los torturantes pero necesarios tratamientos que sí debe darse a las afágicas con el objeto de salvarles la vida.

He escuchado y leído infinidad de veces que alrededor de un veinte por ciento de las anoréxicas muere a causa de su problema (estos porcentajes hace unos años eran mayores, y están descendiendo a medida que pasa el tiempo). Pues estoy convencido de que todas las que mueren son afágicas, y las que sobreviven son, en su inmensa mayoría, hipofágicas.
Es por todo esto que creo conveniente que cambiemos los sustantivos que las denominan.
Si cambiamos el modo de expresarnos, forzosamente cambiará nuestra actitud terapéutica.
Y estoy convencido de que, obviamente, cambiará para mejor.

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