sábado, 19 de mayo de 2018

D) HIPÓTESIS SOBRES LOS PUNTOS DE VISTA REFERIDOS A LA “BULIMIA”.

(En donde seguirá observando que la etimología sigue siendo el problema)

Este término comenzó a utilizarse alrededor de 1884, y fue tomado del griego id. ‘Bulimia’, compuesto de ‘bóus’: buey y ‘limós’: hambre. Literalmente significa “hambre exagerada” (por eso la figura “hambre de buey”), y su sinónimo médico es polifagia. Pero el uso en las últimas décadas ha hecho que tan solo sirva para definir a personas que se atosigan con cualquier tipo de alimento y luego toman extremas actitudes pretendiendo que lo que han comido no los engorde, vomitando después de la ingesta y, además, consumiendo laxantes y diuréticos en dosis abusivas (para "pesar menos", obviamente).

Para complicar aún más las cosas, en los últimos años se ha creado un supuesto “tercer estado”. Una mezcla de anorexia y bulimia, al que ha dado en llamarse bulianorexia o bulinorexia, que es el que, se supone, padecen los portadores de "anorexia", a la que alternan con períodos de incontrolable compulsión por comer ‘cualquier cosa’.
Opino que los ataques de irrefrenable apremio por ingerir cualquier tipo de cosa en cantidades desmesuradas que se ve  en  algunas de las afágicas y en casi todas las hipofágicas no es más que un auténtico mecanismo de defensa de un organismo que se encuentra en la grave emergencia de estar fuertemente carenciado de vitales nutrientes.
A veces es tan ciega esa compulsión por devorar que llegan a ingerir elementos que no son considerados por ninguna cultura como alimentos verdaderos.
Recuerdo dos casos que me impresionaron, uno el de una muchacha que desfalleciente de hambre por haberse negado a comer durante algunos días, encontró en el freezer de su heladera una docena de tapas para empanadas y se las comió en bloque sin siquiera esperar a que se descongelaran; y el de otra que, me relató, hurgó en el tarro de desperdicios y se engulló las cáscaras de papas que su madre había arrojado en él al mediodía.

Es exactamente igual a la sed incontrolable de las personas que por desgraciadas circunstancias se han visto en la horrible situación de estar varios días sin contar con nada para beber, por lo que han llegado al colmo de tomarse su propia orina (para los defensores de la “bulimia”, al acto antinatural de beber cosas tan inusuales como la propia orina sería un acto de “budipsia”, ‘sed de buey’ -de ‘bóus’: buey y ‘dipsa’: sed).

Cuando uno conversa con supuestas “bulímicas” no tiene más que caer en la conclusión que su ingesta incontrolada no es más que una excusa para poder provocarse el vómito.
Propongo que a estos pacientes se los llame EMETÓMANOS, palabra también derivada del griego: ‘emétõ’: yo vomito, y de ‘manía’, lo que en este caso debe interpretarse como compulsión incontenible.

El reflejo de vómito hace que nuestro cerebro libere unas substancias denominadas “endorfinas”, que tienen estructuras químicas y acciones similares que la morfina: elevan el umbral de dolor y producen una extraña sensación de bienestar, como ella.
Esa producción de endorfinas es la que nos hace sentir tan plácidos luego de un vómito ocasional (a causa de una indigestión, por ejemplo). Pero que es casi tan adictiva como su similar: “la morfina”.
Los EMETÓMANOS (bulímicos) se provocan el vómito a causa de su inconsciente necesidad de sentir esa pseudorreconfortante acción de las endorfinas.
El gravísimo problema es que con el correr de los días se hacen adictos a esos neuroproductos puestos a funcionar a partir de la acción de vomitar, motivo por el que se hace tan difícil eliminar ese hábito. Diciéndolo crudamente: se hacen adictos a su propia droga.

He visto y conocido muchos casos de hemetómanos, pero relataré uno que es muy ejemplificador.

Anécdota de consultorio:
La señora N. era, a principio de los 90, una mujer de cuarenta y cuatro años que vino a pedirme ayuda, desesperada, porque quería dejar de vomitar.
Siendo una adolescente, una amiga le preguntó por qué se cuidaba tanto en su alimentación, por lo que le explicó que era a causa de su miedo a engordar. La amiga, entonces, le confió una “táctica” que usaba con el mismo objeto: —Yo como lo que quiero, y cuando me siento harta voy y vomito lo que comí.
Mi paciente (tenía quince años por aquellas épocas) reconoció a esa actitud como “salvadora”. Ahora podía engullir lo que quisiese, si, total, luego lo vomitaba. ¡Ya no engordaría más sin privarse de nada!
Al principio la cosa parecía andar bien: comía lo que le apetecía y no engordaba, ya que lo arrojaba después de haberse saciado.
Pero cuando pasaron algunos meses notó, asustada, que ya no podía dejar de producirse el vómito (aunque hubiese comido muy poco, o, peor, aunque por alguna causa, un fuerte estado gripal, por ejemplo, algún día no hubiera consumido nada). Se avergonzaba de eso, por lo que ideó mil estratagemas para que nadie descubriera su hábito secreto.
Se casó, tuvo un hijo. Sus dientes se habían empequeñecido a causa del contacto diario con el ácido clorhídrico de su jugo gástrico.
Cuando su esposo descubrió, accidentalmente, su incontrolable manía, apeló a mil recursos, inclusive a un grupo de autoayuda. Pero no hubo resultados.

Me consultó una tarde de jueves en la primavera de 1991.
 —¡Quiero dejar de vomitar!—, fue su súplica.
No estaba gorda, tampoco flaca (al fin uno vomita, generalmente, tan solo la mitad de lo que contiene su estómago). Era una mujer delgada; sus hábitos alimentarios eran normales. Solo sus pequeños dientes y su expresión triste y atormentada, melancólica, denotaban en ella algún grave padecimiento.
Desde hacía muchos años jamás consumía grandes cantidades de nada, pero su compulsión era totalmente incontrolable.
—¿Ha estado un solo día sin vomitar en todos estos años?— le pregunté.
—¡No! ...jamás, ni uno solo dejé de hacerlo...Y a veces vomito varias veces en el día— me respondió.
—Creo que sería muy interesante intentar estar veinticuatro horas sin provocar su vómito...Aunque más no sea, eso— le comenté inocentemente —Quiero que me cuente que ha sentido al estar un día sin hacerlo... Le propongo que esta noche (hasta ese momento no había vomitado) no llene mucho su estómago, tome luego de cenar cuarenta gotas de este medicamento (que era metoclopramida, un evacuante gástrico y potente antivomitivo), y que luego salga a caminar con su esposo no menos de una hora. Al volver a casa su estómago estará completamente vacío, por lo que no tendrá ya nada que expulsar de él.
A la semana siguiente concurrió a la consulta según lo habíamos pactado.
—¡¿Cómo le fue?!— le pregunté expectante.
—Mal… Hice lo que me indicó... Cuando llegamos de caminar estaba agotada y con languidez, por lo que nos fuimos inmediatamente a la cama... Ni bien noté que mi esposo se había dormido, me levanté en puntas de pie, fui al baño, vomité un poco de espuma y luego me acosté... Me dormí profundamente.
Fin de la anécdota.

Qué hacer con los emetómanos es la pregunta obligada.

A mi modo de ver necesitan, urgentemente, la consulta con equipos interdisciplinarios especializados en adicciones.

Pero lo más importante es actuar rápidamente, lo antes posible luego de detectado el cuadro, y desacreditar, de todas las formas que puedan imaginarse, la errónea idea de que el escaso consumo de nutrientes es la manera de impedir que se instale la gordura, o de combatirla si es que ésta ya se ha instalado.

Siempre caemos en lo mismo:

La Evidencia ha demostrado que las dietas hipocalóricas, por carecientes son contranaturales, no dan resultados y sumergen a quienes las practican en la peligrosa idea de que tan solo comiendo poco (o eliminando la mitad de lo ingerido por medio del vómito, por ejemplo) puede conseguirse un cuerpo envidiable.

La Evidencia también ha demostrado que ningún tipo de método anorexígeno (químico, físico, quirúrgico, mecánico o por disuasión) da resultados. Pero crean entre quienes se han sometido a alguno de ellos, la falsa idea de que si no pueden hacerlo porque no los toleran, o porque no pueden pagar el tratamiento, el vómito podría ser un buen reemplazante.

Y es la Evidencia la que nos dice que a pesar de haber insistido durante más de un siglo con lo mismo, las cosas como van, no van.

Que a las próximas generaciones no les pase lo que a ésta, y a las que le precedieron.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

SI SU PREGUNTA TIENE ELEMENTOS QUE NO QUIERE HACER PÚBLICOS EN EL BLOG, SI NECESITA DE MÁS INTIMIDAD (PERO, POR FAVOR, SOLO Y ÚNICAMENTE EN ESOS CASOS) ESCRÍBAME A cesareo_rodriguez@hotmail.com CON GUSTO ENTABLAREMOS UNA NUEVA AMISTAD.

¡ATENCIÓN!

 Hola, amigos. Les informo que a partir del lunes 12 de octubre de 2020 todo lo que se puede leer en este blog se está reproduciendo en mi ...