sábado, 19 de mayo de 2018

Decimotercera Hipótesis: LA FUERZA DE VOLUNTAD.

(En donde, desgraciadamente, advertirá que ya nunca más podrá usar esta expresión como excusa)

Esa frase hecha ha de ser tan antigua como el mismo idioma.

Todo el mundo piensa que es la voluntad la hacedora de los logros humanos, ya que un genio sin voluntad es un genio inútil.
La voluntad que tuvieron Andrés Vesalio y Luís Pasteur, por ejemplo, fue lo que se supone les permitió, contra todos los embates de sus adversarios científicos, romper finalmente con los dogmas anteriores. La voluntad escéptica, investigadora y aventurera de Charles Darwin es la que le permitió sobreponerse a sus detractores para legarnos el fantástico concepto evolucionista.
Pero eso también es falacia.
Ellos, y todos los demás que nos han hecho enorgullecer de ser parte de la raza humana, no obtuvieron nada gracias a su voluntad. Todo lo que gracias a su genialidad consiguieron fue a expensas de la necesidad: una poderosa necesidad interior que les permitió, luchando a brazo partido contra todos sus pares, lograr las cosas que nos legaron.

La “fuerza de voluntad” no es nada más, a mi modo de ver, que otro de los mitos del hombre.
Es un invento que nos permite justificar, sin mucho trabajo, nuestra imposibilidad de conseguir muchas de las cosas que nos proponemos, fuese cual fuese la causa de esa incapacidad de logros.
Es una expresión tranquilizadora, exculpante: —No logré, o no logro, lo que me propuse porque no tengo fuerza de voluntad— dice uno, y se siente excusado, comprendido, perdonado. ¿Habrá alguna persona que no haya sentido alguna vez que la ausencia de ella le impidió algún triunfo personal?
Desde que hace muchos años advertí de lo fútil de esa figura, me he preguntado qué necesidad hubo de crearla. ¿No sería más sincero y realista decir que a veces no logramos lo que queremos simplemente porque no tenemos necesidad real de conseguirlo? (—No obtuve lo que me hubiese gustado obtener porque, en el fondo, no lo necesitaba).
Si la falta de necesidad reemplaza más cómoda y sinceramente a la falta de fuerza de voluntad, no entiendo cuál ha sido el motivo de crear esa fórmula.
No es más que un estúpido e improductivo modo de consolarnos.
Me parece muchísimo más sincero aducir un “no puedo”, “no sé hacerlo”, “no tengo ganas”, “no me animo”, “me da miedo” o, simplemente, “no me parece necesario”.

Los humanos vivimos buscando excusas. Si no concurrimos a la cita inventamos una historia aceptable que justifique nuestra ausencia. Inútil gasto de energía imaginativa: para qué inventar situaciones muchas veces poco creíbles cuando es más fácil decir “me olvidé”, “me quedé dormido” o, simplemente, “no tuve ganas”(¿Quién nunca se olvido, se quedó dormido o no tuvo ganas de hacer algo?). Por qué cada uno de nosotros creemos que somos los únicos pecadores que ante tamañas confesiones quedaremos como energúmenos, si a todos nos pasa igual.

Todas estas disquisiciones no tienen por objetivo más que tratar de convencerlo de que quite de su mente (porque usted también, seguramente, lo ha creído) que es la falta de voluntad lo que le impide adelgazar.

Cuando utiliza esa excusa se siente como el invidente que no puede opinar sobre el paisaje porque no lo ve, o como el sordo que no puede aplaudir la sinfonía porque no la escucha, automáticamente disculpado.
Pues ¿Cuál es la necesidad de disculparse?
Si aceptara valientemente que no hace nada para adelgazar porque no siente ninguna necesidad interior de hacerlo, ¿No le parece que podría caminar por la calle con la frente más alta?¡Sí señor!...Estoy gordo...¡¿Y qué?!
Eso es lo que pretendo de mis pacientes, que si no pueden lograr lo que aparentemente ansían, no busquen excusas baladíes. Que se enfrenten al mundo con la mejor de todas, con la más sincera, con la que no ha de tener posibilidad de réplica: “no soporto vivir sin el conflicto eclipsante de mi gordura”.
¿Quién podría recriminarle nada, si, como afirmaba aquella paciente veinteañera, ‘no ha de haber en el mundo nadie que no tenga algún conflicto eclipsante´?
Déjese de gastar energías inútilmente buscando excusas para disculparse ante todos o, peor, para disculparse ante usted mismo.
Si no puede hacer nada para mejorar su condición trate de que no empeore, no se someta a falsos tratamientos que le prometan la delgadez eterna. Asuma la situación tal cual es: obviamente no siente ninguna necesidad real de hacerlo. Tenga fe… Quizá más adelante...


Es el argumento de la falta de fuerza de voluntad el que da pié a muchos colegas con, digamos y sin querer ofender, pocos escrúpulos para sostener su postura de utilizar medicamentos que le ayuden a lograr su delgadez reemplazando a su ausente y famosa fuerza de..., o con fantásticas e incruentas cirugías que harán que su fuerza de voluntad inexistente no sea un obstáculo para conseguir “lo que anhela”.

Ése es el peligro que encierra la doctrina de 'la fuerza de voluntad', el que cree carecer de ella es proclive a caer en las tentadoras trampas de someterse a alguno de los métodos "que la reemplace”.

Si consiguiéramos cambiar en la mente de todos el falaz concepto de falta de fuerza de voluntad por el más racional, sincero y lógico falta de necesidad, dificulto que a alguien, por más inteligente y astuto que sea, se le ocurra inventar un artilugio que pretenda reemplazarla.
La necesidad es una de las pasiones irreemplazables, lo único que puede hacerla desaparecer es satisfacerla. Es imposible reemplazar su ausencia con algún fármaco, gracias a Dios... Ni con ninguna sofisticada técnica quirúrgica.
Si no puede hacer nada por adelgazar, deje de torturarse. Si no puede hacer nada por mejorar su imagen deje de disculparse con el —Es que no tengo fuerza de voluntad...
Recuerde que el esfuerzo por mejorar ha de ser de usted, única y exclusivamente de usted. Si no tiene “real necesidad”, todo lo que intente será en vano.

La necesidad ha sido, es y será la promotora de todos los logros de la humanidad.

El crear el sentimiento de necesidad de adelgazar en el paciente que consulta, será la agotadora tarea del médico consultado. Pero, lo recalco, jamás ha de ser utilizado el terror para conseguirla.
Eso sería más iatrogénico que las mismísimas anfetaminas.

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