sábado, 19 de mayo de 2018

Epílogo.


Después de observar durante largas décadas las actitudes de los pacientes gordos que luchan contra su gordura, y la de los profesionales que se dedican a esos menesteres, me sigue asombrando el descubrir que nada positivo se ha logrado a pesar de todos los intentos.
Que aquel milenario consejo “Primero no hagas daño”, tan solo ha sido respetado por muy pocos colegas, y esa escasez es algo muy grave. Pero más grave aún sería que se siga sin prestársele atención.

Es muy poco lo que hemos hecho hasta ahora por los obesos. Lo acepto.
Tampoco es mucho lo que estamos consiguiendo con los hemetómanos y los afágicos. También lo reconozco.
Mas todos debemos aceptar que es mucho lo que podemos intentar para no empeorar su estado. Y aunque tenemos todo el tiempo por delante para comenzar a hacer las cosas bien debemos tomar conciencia de que gracias a como van las cosas el comenzar a hacerlas nos urge.

Mi utopía es que en la pared de enfrente de cada escritorio de los médicos que se dedican a tratar a pacientes gordos, esté escrito, en grandes y legibles letras, el PRIMUM NON NOCERE que nos enseñaron los Antiguos Maestros de la Medicina.

Los gordos no nos consultan porque les displace su gordura, sino porque sufren a causa de ella.

No se puede seguir estafando su ilusión con tratamientos contranaturales.
Es injusto que se trate de convencerlos de que están enfermos y así normalizar la actitud de medicarlos con fármacos que, TODOS SABEMOS, tienen más contraindicaciones y provocan más perjuicios que la mismísima gordura (no es moral que se les dé a tomar medicamentos que ningún médico, en su sano juicio, le prescribiría a su esposa o a alguno de sus hijos).
Es inhumano que se les refuerce la culpa por su poca adhesión a las utópicas directivas que se les dan, sin siquiera tratar de averiguar el porqué oculto de ese “desacato”, máxime cuando las indicaciones no hayan sido, en si mismas, incumplibles.
No está bien, a mi modo de ver las cosas, someterlos a tremendas y costosas cirugías pretendiendo que con ellas obviarán “su falta de fuerza de voluntad”.

  Sería fantástico que dedicáramos mucho más tiempo a escucharlos, para ayudarlos... O, aunque más no fuese, para consolarlos.
Sería hermoso y reconfortante ver desaparecer delante de nuestros ojos, consulta a consulta, la culpa que los ha torturado hasta el día en que decidieron pedir nuestro consejo.
Sería heroico y casi mágico que, en el último de los extremos, pueda uno decirle, sincera y valientemente, sin ningún tipo de vergüenza ni apremio intelectual: —No puedo hacer nada por usted… No sé cómo hacerlo. Le aconsejo consultar con alguien más experimentado que yo.

Muchos siguen servilmente las corrientes académicas porque no han tenido a un Guillermo Ferrari del Sel que les haya enseñado que si piensan diferente deben recordar que ellos mismos son médicos, que si la medicina ha progresado ha sido gracias a los médicos que han gritado sus nuevos descubrimientos, sin importar a quienes hirieran o contra qué estructuras se enfrentasen, por lo que tienen prohibido callar sus opiniones.

La actitud servil hacia los maestros es mil veces peor que la rebeldía y la desobediencia; mucho peor que la falta de respeto que hacia ellos nos prohíbe el Juramento Hipocrático.
Y valernos de esa actitud con el solo objeto de ganar dinero nos denigra más que la pobreza más indigna. Porque los hombres podemos adaptarnos a la pobreza material, pero la pobreza ética acabará por envilecernos. Y más viles seremos aquellos que teniendo riqueza intelectual, aceptemos la opinión general porque, simplemente, es más cómoda, redituable y poco comprometedora.

El dogma solo sirve a las religiones.
La medicina no es una religión: es tan solo una ciencia viva (quizá la más viva de todas las ciencias), que como todo lo vivo crece, pero que jamás morirá… Por lo menos no antes de que muera el último de los hombres.

Pobre del médico que sin saberlo hace daño.
Que Dios se apiade del médico que hace daño sabiendo que hace daño.
Y que ilumine a todo aquel que amparado en su triste condición de dogmático se resiste con todas sus fuerzas al tan bienhechor escepticismo.

Sentí, internamente, que tenía la obligación de escribir lo que hasta ahora a leído porque estoy absolutamente convencido de que si pienso distinto de lo oficial tengo terminantemente prohibido callarme la boca.

Dr. Cesáreo Rodríguez

——MUCHAS GRACIAS——


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