sábado, 19 de mayo de 2018

G) HIPÓTESIS SOBRE LA ALIMENTACIÓN DE LAS EMBARAZADAS.

(Son muy pocas las personas más mal alimentadas que las que están cursando un embarazo)

No son muchas las personas que se alimenten peor que ellas. Desde siempre ha sido la cultura la que las ha inducido a la pésima alimentación a la que todas se someten (la cultura es quien nos da toda la sabiduría, pero también todas las malas costumbres).
El arcaico consejo de comer “el doble” porque se está creando un nuevo ser, aparentemente ha de ser atemporal, porque ahora como hace miles de años se sigue a pie juntillas.
El grave problema es que las embarazadas de ahora tienen a mano un sinnúmero de comestibles y bebidas non sanctas que hace poco más de un siglo no tenían .
La gran variedad de elementos en base a carbohidratos de que disponen hoy transforma a su alimentación en un verdadero caos. Y el “antojo” colabora. Ese apetito extravagante que todas manifiestan, y que en medicina se llama 'pica', casi siempre se orienta, casualmente, a ingerir hidratos de carbono.
Las “frutillas con Crema Chantilly” de todos los cuentos y gags de televisión y cine, son el ejemplo perfecto.
La necesidad de practicarles cesáreas, que va en aumento año a año, podría quizá, a mi modo de ver, ser una de sus consecuencias.

Todo en la mujer está cuidadosamente preparado para engendrar y parir hijos. El trabajo de la evolución natural con respecto a la perpetuación de la especie humana ha sido magnífico. Pero el que le toca a “ellas” cuando están cumpliendo esa casi mágica función...

Desde que era muy joven, las mujeres embarazadas me han conmovido, me han maravillado.
Mas desde hace casi cuatro décadas, aparte de todo eso, me asustan.

Cuando comencé a ponerme en contacto con todo el conflicto de la alimentación humana, advertí que las embarazadas son, casi siempre, las pacientes más problemáticas.
No se decir cuántos cientos de ellas me han consultado pidiendo consejo y ayuda para que “en este embarazo no les pase lo mismo que en los anteriores”, en donde aumentaron de peso descomedidamente (por razones obvias, aquí es totalmente inútil hablar de medidas y esbelteces).
De todas ellas, apenas pasan de cincuenta las que transcurrieron toda la gestación concurriendo a mi consultorio cada dos semanas y cuidando su alimentación como siempre les recomiendo.
Podría usted pensar que algo más de cincuenta en algunos cientos es un muy alto porcentaje, pero debo recordarle que ellas han de concurrir tan solo por seis o siete meses; que son las únicas de mis pacientes que tienen fecha cierta de finalización de sus “cuidados alimentarios intensivos”; y que absolutamente todas tienen, en exclusividad, cuatro ojos que las “vigilan”: los de su obstetra y los míos. (El par correspondiente a los esposos no cuenta, ya que la mayoría de las veces son ellos quienes las proveen de las famosas “frutillas con crema”).

Pongámonos un poco más serios.
Muchas de ellas vienen a la primera consulta muy preocupadas. En general ya han pasado por la misma situación una o más veces, y no les ha ido muy bien con respecto a las pretensiones de sus obstetras referidas al peso máximo que les recomendaban (a pesar de que muchos de ellos son muy permisivos.)
Doce a quince kilos más al fin del embarazo no los espanta. Pobres, están tan acostumbrados a aumentos descomunales que han llegado a felicitar a algunas “porque tan solo han aumentado catorce”.

Hagamos cuentas partiendo de una mujer que al concebir es delgada.
¿Qué ha de tener de más unos minutos antes del parto con respecto a lo que tenía al momento de la concepción?

- Peso del bebé por nacer (Promedio): 3,200 Kg.
- Placenta (más o menos): 800 gr.
- Líquido amniótico (también más o menos): 1 Kg.
- Hipertrofia de mamas, que se preparan para la alimentación del nuevo hijo, más o menos 1 Kg.
- Retención de agua en ambos miembros inferiores por la congestión venosa que produce la presión del feto en las venas cavas inferiores (semejante a lo que vimos en la octava Hipótesis). Esto se debe a que la mujer es la única hembra de la creación que transcurre toda su gestación caminando erguida, lo que provoca el aumento de la presión venosa y el edema consecuente. Quizá, exagerando un poco: 2 Kg.

La suma nos da ocho kilos, por lo que más que eso no ha de ser “buena cosa” (permitámosle nueve, para no ser tan drásticos. ¡Pero no más!)
Un buen porcentaje de todo lo que aumente por encima de esos nueve kilos irá a parar al tejido adiposo de su bebé, y, digo yo, qué necesidad hay de someterlo a un stress, en el momento de su nacimiento, mucho mayor que al que ya está condenado, según lo conversamos oportunamente, obligándolo a nacer con uno o más kilogramos de grasa extra que, seguramente, jamás ha de necesitar.
-¡Mi hijo al nacer pesaba cuatro kilos doscientos!- proclaman con orgullo muchas madres.
¿Cuál es el beneficio de que lo hagan con semejante cantidad de grasa extra? Luego, cuál es el motivo de la alegría si ese exceso lo único que pudiese llegar a traerle son solo problemas: ante una diarrea, por ejemplo, se deshidratarán más rápidamente que si no lo tuvieran.

Es probable que a estas alturas sienta usted alguna culpa por haber engordado demasiado en sus embarazos, o por estar en este momento muy gorda y engendrando un nuevo hijo.
Trataré, en lo posible, que esa culpa se desvanezca explicándole mi hipótesis sobre el porqué del a veces desmesurado aumento de peso en las embarazadas.

Todas se sienten culpables de su desmedida gordura en esa etapa de su vida. Es más, ellas defienden su derecho a sentir culpas. —¿Por qué como cosas que sé que me engordan si soy consciente de que no solo me hacen daño a mí sino, peor, también a mi bebé?— me protestan. Mas eso, creo yo, tiene una explicación.
La mujer es la única hembra de toda la Creación que mantiene relaciones sexuales en estado de preñez. No hay ninguna otra excepción en todo el reino animal, según creo saber.
La naturaleza ha dotado a todas las hembras de artilugios especiales para evitar el contacto carnal durante ese estado, y los machos poseen el instinto necesario como para rehuir ese tipo de contactos en esas circunstancias.
Nuestra inteligencia se ha desarrollado a expensas de anular nuestros ancestrales instintos. Pero alguno, aunque más no sea un resabio de él, ha de quedarnos, supongo. Éste, por ejemplo, en las mujeres, el de evitar la cópula mientras estén embarazadas.
Pero la cultura nos dice que el embarazo no es impedimento para las relaciones sexuales. Y ni el hombre ni la mujer ven en el embarazo un obstáculo como para llevarlas a cabo. Pero ese “resabio de instinto”, ese atavismo en la mujer, idea mecanismos totalmente inconscientes para eludirlas.
Y uno de ellos es engordar. Y otro disminuir la calidad y frecuencia de la higiene personal (en general, por supuesto. Siempre habrá excepciones). Por qué cree, si no, que a la mayoría de las mujeres se les carían los dientes durante el embarazo. ¿Acaso porque la sangre les lleva el calcio para fabricarle huesitos al feto? ¡No, mujer!, para qué quiere el feto el poquito de calcio que tiene la dentina, que de paso le cuento está combinado formando compuestos insolubles y ni siquiera tiene vasos sanguíneos que pudiesen llevárselo, habiendo más de tres kilos en el resto de los huesos y consumiendo, durante los nueve meses, enormes cantidades de él.
Los dientes se carían porque se los lavan mucho menos, a pesar de comer muchos más carbohidratos que de costumbre, o los lavan quizá con la misma frecuencia que antes, pero mal.
Y se bañan menos veces, y se arreglan menos, y toman posturas poco elegantes (no todas, pero la mayoría…).

Y para qué todo esto.
Pues para algo muy simple: HACERSE SEXUALMENTE DESAPETECIBLES.
Ha de haber algo en el inconsciente de las mujeres que les trata de impedir las relaciones sexuales en las épocas de gestación.
Muchísimas me han confesado, en la intimidad de la consulta, que a pesar de amar locamente a su esposo, en los tiempos de embarazo sentían por él un rechazo muy especial e inexplicable.
Usted podrá aducir que jamás sintió algún sentimiento parecido, es más, cuando hablábamos de todo esto algunas pocas me han contado que en esos días su deseo sexual aumentó. Pero, mi amiga, eso a ocurrido en su consciente, qué diablos sabe sobre lo que en realidad pasaba en su inconsciente con el “primitivo instinto” de rechazar las relaciones en tiempos de gravidez.

Pero este conflicto también tiene solución.
Si está embarazada o piensa estarlo le ruego lea esta Hipótesis junto a su marido. Conversen ambos sobre el tema. Compartan la inquietud con su ginecólogo o su obstetra. Estoy seguro de que se pondrán de acuerdo en mantener relaciones tan solo cuando usted lo disponga. Es por el bien de los tres: usted, su esposo y el hijo que lleva en su vientre.
Mi experiencia me dice que cuando una pareja y yo discutimos este tema, las cosas comienzan a transcurrir más ordenadamente (a la compulsión por comer cosas engordantes, me refiero).

Y una buena noticia también producto de la famosa “Evidencia”.
La mayoría de las más de cincuenta embarazadas que concurrieron puntualmente a la consulta y que se cuidaron según lo habíamos pactado, me contaron con asombro (mayor en las que no eran primerizas) que su nuevo bebé ya no necesitaba comer cada dos o tres horas, como casi es la regla universal.
Este hecho, cuando comencé a advertir su frecuencia, me llamó la atención.
Le pedí a un paciente, que por ese entonces era Jefe de Control de Calidad de una usina pasteurizadora de leche de la ciudad, que hiciera analizar la leche de madres que no consumían carbohidratos y de las que lo hacían libremente, para lo que le procuré las muestras necesarias, sin que él supiera de quien era cada muestra.
Los resultados fueron sorprendentes: las leches de las mamás que seguían sin consumir glúcidos tenían un 22 % menos de lactosa y alrededor de un 20 % menos de grasas (y, por supuesto , una mayor proporción de proteínas) que las de las que “comían de todo”. Eso hace que su poder alimenticio sea mayor; que se evacuen del estómago de sus hijitos más lentamente; y que estos no engorden tanto como los de las madres que no observan ningún cuidado.
Por todo eso, desaparecieron los cólicos tan molestos que aquejan a todos los bebés, y que son producidos por la espuma que forman en sus intestinos la semejante cantidad de lactosa que contienen las leches de madres que viven comiendo hidratos de carbono. Y, esto es lo más atractivo para todas las mamás, luego de la última mamada de la noche - algunos desde tan solo unos pocos días después del nacimiento-, dormían “de un solo tirón” entre cinco y siete horas, lo que para todas era una especie de bendición celestial.
Por el bien de su hijo, y por su paz nocturna, trate de no consumir alimentos del TIPO TRES mientras dure el período de amamantamiento; los del TIPO DOS en las medidas indicadas en la decimoquinta Hipótesis; y los del TIPO UNO las veces que lo desee. Si alguna vez consume algo más que un poco de carbohidratos concentrados, su hijo ha de reprochárselo con los llantos a causa de sus cólicos intestinales al día siguiente.
Si se alimenta de la manera que le aconsejé: ¡Todos felices!

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