sábado, 19 de mayo de 2018

La parábola del ABRACADABRA

En mi cuarto trabajo, el que fue editado en 1993, incluí una parábola que se me ocurrió en esas épocas. Creo que es un excelente modo de resumir la actitud del paciente gordo que cree que solo ha de ser feliz si descubre al médico que podrá “solucionar la causa de sus desdichas”. Acabo de releerla, y creo que no puede faltar en éste, mi último esfuerzo en poner todas las cosas en claro. Se que es muy fuerte, pero tengo esperanzas en que pueda llegar a ayudarlo.
Es por eso que, a continuación les presento...



La parábola del ABRACADABRA

Érase un médico que después de muchos años de investigación llego a un asombroso descubrimiento: diciendo ABRACADABRA, una vez por día y en horas de la mañana, cualquier gordo descendería 5 kilogramos por semana sin importar lo que comiera.
Su asombro se acentuó cuando al revisar una y otra vez sus sesudos cálculos, medulosamente, sus resultados fueron confirmados. Pero había que ponerlo en práctica, por lo que decidió que el primer paciente gordo que llegara a su consultorio sería el primero en llevarse su maravilloso y revolucionario método.
Y tuvo suerte, el primer paciente de la tarde era un caballero de 110 kilogramos que le explicó así su problema: —Doctor... Estoy un poco gordo y ya he hecho varias dietas, pero resulta que no sé por qué motivo al tiempo me estanco, ya no adelgazo más y vuelvo al principio... ¿Usted no tendría alguna dieta..?
—¡Mi amigo!— exclamó el doctor con entusiasmo —¡Ha llegado en el momento justo. Acabo de descubrir un sistema tan efectivo que creo que revolucionará la medicina!
—Ya sé— dijo el caballero— hay que tomar pastillitas.
—¡No, no!— exclamó el médico.
—Ah— razonó el paciente — hay que contar las calorías y pesar todo lo que va a comerse.
—¡Oh... No, nada de eso!
—¡Claro!— trató de adivinar mostrando una gran experiencia —No hay que comer nada que esté hecho o que contenga carbohidratos.
—No, mi amigo. No, esto es realmente revolucionario: usted podrá comer lo que más le guste, cuando se le ocurra y en la cantidad que quiera.
—¿Y en dónde está el secreto?
—En que todas las mañana, sin olvidar ninguna, al levantarse y mientras se viste, por ejemplo, debe decir en vos alta la palabra Abracadabra, y bajará cinco kilos por semana.
El paciente entre incrédulo y contento abandonó el consultorio, pidió un turno para la próxima semana y se fue lleno de esperanzas.

Cuando regresó a los siete días no sabía que decir, estaba asombrado .
—¡Doctor, bajé! —dijo a modo de saludo.
—¿Y de qué se asombra? —preguntó el médico.
—¡Es que comí de todo... De todo!
—¿Pero dijo Abracadabra todas las mañanas, como le indique?
—Por supuesto, doctor... ¿Me pesa?
Subió a la balanza, y el fiel marcó 105 (había bajado los cinco kilogramos prometidos). Pálido de ansiedad abrazó al médico, y le dijo lo que ya ha pasado a ser una fórmula obligada en casos semejantes:
—Voy a mandarle a todos mis amigos... Le voy a hacer un monumento... ¡Usted va a hacerse famoso, doctor!
—Bueno— dijo el médico abochornado por tanto halago — Siga diciendo Abracadabra y coma lo que quiera ¿De acuerdo?... Nos vemos en siete días

A la semana siguiente el rostro del paciente denotaba un asombro superlativo.
—Doctor... ¡Volví a bajar!
—¿Y por qué tanto asombro esta vez?— preguntó el médico.
Es que para probar si su teoría es acertada, si todo no había sido más que una casualidad, he comido más del doble de lo que acostumbro.
—¿Pero dijo Abracadabra todas las mañanas?
—¡Todas las mañanas, por supuesto, sin faltar una! Esto no puede creerse...
Subió a la balanza y, efectivamente, pesó cien kilos.

A la semana siguiente entró al consultorio con toda naturalidad, sin ningún asombro, sin ningún tipo de emoción.
—Buenas, doctor ¿Qué tal?... Tiempo loco ¿No?
—El médico presintió algo raro, y sin decir más que el saludo lo subió a la balanza.
—97 kilos— dijo confundido —esta vez bajo solo tres kilogramos... ¿Qué pasó?
—No sé— dijo el gordo levantando los ojos "como pensando" (todos los pacientes levantan los ojos como pensando antes de declarar alguna transgresión) —comí como siempre, ravioles, helados, chocolates, dulce de leche... ¡Ah... Ya sé... Es que el martes no pude decir Abracadabra.
—¿Cómo que "no pudo decir"...? ¿Qué pasó?
Y dio una excusa parecida a a que dan todos los gordos cuando cometen transgresiones, algo que generalmente no tiene que ver con nada.
—Es que los chicos no tuvieron clases y me pidieron que los llevara al parque... Y no pude decir Abracadabra... Y ahora que recuerdo— dijo mostrando una gran sinceridad (todos se muestran muy sinceros en ocasiones parecidas) —el sábado tampoco pude.
—¿Tampoco...? ¿Por qué?
Es que mi mujer me pidió que le ayudara a encerar los pisos... Y ése es un trabajo agotador...
—Amigo— se resignó el médico —piense que diciendo una sola vez al día una simple palabrita usted baja cinco kilos por semana, sin pasar hambre ni privaciones de ningún tipo...
—¡Oh, sí doctor!— Y repitió la fórmula mágica sobre lo del monumento, traerle a los amigos y el preanuncio de su futura fama.

Pero no volvió más.

Pasó un año, o año y medio, y regresó, pero esta vez con 130 kilos.
—¿Por qué abandonó todo, amigo?
—Problemas, doctor... Problemas. Se enfermó mi suegra, nos mudamos...¿Usted no tendría otra dieta?
—¡¿Otra dieta?! ¿Por qué?
—Es que a mí se me hace imposible decir Abracadabra todas las mañanas. 

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