sábado, 19 de mayo de 2018

Novena Hipótesis: LA GORDURA EN LA NIÑEZ.

(En donde entenderá que la gordura en los niños es algo que merece toda la atención del mundo)

Muchos de los conflictos que sufrimos en todo el transcurrir de nuestra existencia tienen mayor o menor incidencia en nuestras almas de acuerdo al tiempo de vida en que debamos soportarlos. No es igual quedar huérfano a los cincuenta años, por ejemplo, que a los siete; como no lo es perder el empleo a los veinticinco que a los cuarenta y ocho.
La gordura no es un conflicto de excepción si nos referimos al tiempo en el que comience a desarrollarse. No es para nada lo mismo engordar a partir de los treinta que desde la más tierna infancia. Es más: creo que las diferencias en este aspecto son mucho mayores (y muchísimo más graves) que todos los demás conflictos usuales a los que deba uno enfrentarse.
Uno es niño los primeros doce años de su vida, adolescente los siguientes doce, pero adulto los sesenta, setenta o más restantes.
Y es en la adultez cuando se nos presentan los conflictos de suma importancia, de real valor. Es en la más larga etapa de nuestra existencia cuando debemos afrontar los problemas profesionales o laborales; la elección de quien será, es lo que anhelamos, nuestra pareja para siempre; el traer al mundo a nuestros hijos, criarlos y educarlos; el hacernos de una posición económica acorde a nuestras posibilidades, con la que nunca estaremos conformes pero a la que forzosamente tendremos que adecuarnos; el afrontar con profundo dolor la lógica y natural desaparición física de nuestros mayores. Es, indiscutiblemente, en este último y más prolongado periodo cuando tenemos que enfrentarnos a las circunstancias más trascendentales, a los conflictos más difíciles de resolver.

Desde que adquirimos el uso de la razón la vida nos enfrenta a pequeños “conflictos de entrenamiento”.
Las pequeñas dificultades de nuestra primera niñez nos van entrenando, gradualmente, para resolver las que a medida que pasa el tiempo se van sucediendo, haciéndose cada vez más complicadas.
El lápiz rojo que se nos perdió en el Jardín de Infantes nos hizo llorar amargamente a causa de la enorme angustia que nos produjo tan grande pérdida. Ahora, ya adultos, nos enternece y hasta nos da risa aquella “semejante preocupación”, pero en aquel momento el drama era considerado por nosotros como el más importante, el más conmovedor.
A medida que vamos creciendo nos consternan en igual o mayor grado situaciones realmente cada vez más importantes: la partida del gran amigo a vivir a otra ciudad; la muerte de nuestra mascota; el abandonar a nuestros queridos compañeros y maestros de la escuela primaria para insertarnos en el desconocido y lleno de incertidumbres mundo de los estudios secundarios. Nuestros primeros desengaños amorosos; las grandes angustias de los exámenes de fin de año; las amargas discusiones con nuestros “retrógrados y anticuados padres” que no entienden a la progresista juventud de la que somos “parte fundamental”. Los primeros ardores de la sexualidad; La Facultad o nuestra iniciación en el mundo laboral...

Voy a poner en esta novena Hipótesis todo el énfasis del que sea capaz.

DEBEMOS COMENZAR A ERRADICAR LA GORDURA EN LOS NIÑOS LO MAS TEMPRANO POSIBLE.

Y si la persona que nos preocupa ya ha dejado de ser niño, si es ya un adolescente, entonces tendremos que redoblar nuestros esfuerzos para impedir que lleguen a la adultez estando aún gordos.
Le ruego que lea lo que sigue con la mayor atención.

De boca de todos los médicos que hablan sobre este tema siempre he escuchado el concepto “la obesidad en la infancia”, o la adjetivación “niño obeso”.
Estoy y estaré siempre radicalmente en contra de esas expresiones. Es más, me subleva escucharlas.
Obeso, decíamos en el glosario de la primera Hipótesis, es quien utiliza su gordura como mecanismo de defensa psicológico.
Los niños, al no estar psicológicamente maduros, no están capacitados para usar un mecanismo tan estructurado como defensa.

Digámoslo de una vez:

Todos los niños que están gordos, sin importar el grado de su gordura, son “accidentales”.

Lo están porque quienes se encargan de su crianza les ofrecen, o no les prohíben, comer cosas que los engordan.
Mas no todos ellos engordan con la misma facilidad. Si le damos a un grupo de infantes la misma mala alimentación, algunos no engordarán, otros lo harán un poco y, finalmente, un reducido número engordará exageradamente.
Aún no sabemos el porqué de esas diferencias pero obviamente es la genética quien está implicada.
De todas maneras, si un chico tiene gran tendencia a engordar, la gordura no es el final obligado: si come bien no ha de desarrollarla.

En ellos la gordura también es un conflicto. Y, además, un conflicto que puede eclipsar a otros.
Se sienten discriminados, marginados. Sus compañeros se mofan de su condición en forma aparentemente cruel (digo aparentemente porque esa aparente crueldad no es la misma que la de los adultos. En su corta edad aún no han tenido el tiempo suficiente de aprender los límites de la urbanidad que sus educadores –padres, tutores, maestros– se empeñan en que adquieran).

El conflicto que les crea su condición diferente hace que se diluyan los de entrenamiento de que hablábamos más arriba. El sentimiento de minusvalía que les crea su gordura eclipsa a los pequeños, y a veces grandes (pero para ellos siempre graves) conflictos de preparación para las etapas que están por venir. Luego, no se entrenan para resolverlos y entran en etapas sucesivas de sus vidas con muy mala capacidad de adaptación a los conflictos del segundo tipo, que han de hacerse cada vez más importantes y trascendentes a medida que vayan creciendo.

Cuando se transforman en adolescentes sus conflictos se hacen, invariablemente, más complejos. Pero como no se han entrenado para resolverlos, transcurrir su adolescencia se les hace cada vez más difícil (a veces literalmente insufrible) por lo que no encuentran otra solución mejor que eclipsar los problemas que en ella enfrentan permaneciendo gordos o, peor, engordando aún más.
Es por eso que hace un rato le decía que si un niño ha entrado gordo a su adolescencia, debemos redoblar los esfuerzos para impedir que lleguen a su adultez escondidos detrás, o dentro, de ese eclipsante conflicto.
Hay un viejo acertijo que inquiere: ¿Hasta donde se puede entrar en un bosque?.
La respuesta es hasta la mitad. Después de traspasada la mitad ya se está saliendo del bosque.
El punto que limita la niñez con la adolescencia sería, para ese acertijo, la mitad del bosque. Cuando se lo traspasa, cada día que transcurre es un día menos para llegar a ser adultos, y un día menos en la preparación que permitirá sortear, con la menor dificultad posible, la más larga y embarazosa etapa no es poca cosa (en los más o menos treinta y cinco mil días que a cada uno nos tocan vivir uno solo parece no significar nada, pero cuánta gente ha cambiado su destino en un solo día, es más, a veces en tan solo un momento de un solo día). Es ésa la causa de la urgencia en “redoblar los esfuerzos en los adolescentes” para lograr que adelgacen lo más anticipadamente posible a su adultez. Para darles el tiempo suficiente a que se enfrenten, sin conflicto eclipsante, a las cada vez menos ocasiones de conflictos de entrenamiento que aún les quedan por resolver para llegar a los realmente trascendentales de su futura larga vida de adultos.

Son muchas las cosas que podemos hacer para que un niño adelgace. Pero son muchas más las que no debemos hacer.
Me parece más urgente y productivo que comencemos por las segundas.

Hace muchos años, la evidencia hizo que se me ocurriera una especie de sentencia que trato de inculcar a todos los allegados a mis pacientes gordos, a todos los que pueden hacer algo para que las cosas sean más fáciles en la empresa de intentar el adelgazamiento: “Nunca le digas a un gordo que está gordo, él ya lo sabe”.
En general ese tipo de comentarios se hace con el sano objetivo de ayudarles. Todos los que los aman tienen la intuitiva idea que enfrentándolos al problema, ellos se “darán cuenta” y comenzarán a hacer algo para mejorarlo.
Me siento con todo el derecho de hablar de esto porque en mis principios yo también hacía ese tipo de comentarios: “ —Usted está gordo... Tiene que adelgazar“.
Cuando era muy joven estaba convencido de que mi autoridad de médico me permitía la licencia de hacer ese tipo de recomendaciones. Al fin, ese tipo de consejo, pensaba, no era muy distinto que indicaciones como —Tome estos remedios— o —Haga lo que le prescribo.
 Si ellos venían a mi consulta debían salir de ella con las instrucciones que mi buen sentido me dictara. Después de todo, acudían a pedirme ayuda para sanar o para mejorar ¿No?
Si me consultaban por algún mal en sus articulaciones, y estaban gordos:
—Está gordo, tiene que adelgazar...
Si lo hacían por su corazón, su hipertensión o su diabetes:
—Está gordo, tiene que adelgazar...

Más no estoy arrepentido de esa inexperta actitud, finalmente todos sabemos que se aprende más con los errores que con los aciertos. Y mucho más si se les agregan los años.

Cuando a un niño se lo hostiga por su gordura lo único que se consigue es reafirmar su inconsciente idea de permanecer en ella. Si le reforzamos su conflicto poniendo en evidencia el disgusto que nos crea, no estamos haciendo más que fortalecer su condición de “eclipse de problemas importantes que por algún motivo no pueden ser resueltos”.
Si le damos a conocer nuestra angustia por su gordura, él, inconscientemente por supuesto, comenzará a usarla para chantajearnos. Ante una negativa a cualquiera de sus pedidos, se verá ante la compulsiva necesidad de comer cosas que sabe que lo engordan para ponernos en falta: —Yo estoy gordo por tu culpa. Porque te negaste, porque no accediste a mis pedidos o a mis caprichos.

Primer consejo:
Jamás ha de hablarse de su gordura delante de él. Es más, debe prohibirse a todo el que se pueda tratar el tema en su presencia.

Segundo consejo:
La palabra “gordura”, sus sinónimos y las expresiones eufemísticas que se refieran a ella, deben ser desterradas definitivamente del vocabulario del hogar.

Tercer consejo (y este es, a mi juicio, el más importante):

NUNCA, JAMAS, LLEVE A SU NIÑO GORDO A UN MEDICO PARA QUE EL TRATE DE RESOLVER “EL PROBLEMA”.

Los niños asocian medico con enfermedad. Si se lo lleva a la consulta, sabiendo él que por ese motivo se lo lleva, se le está enviando un metamensaje erróneo: estás enfermo, y eso no es cierto. Por favor, que aprendan desde chicos que la gordura no es una enfermedad, eso evitará, nada menos, que en el futuro alguien los estafe con la supuesta excusa de “curarlos”. ¿Se da usted cabal cuenta de qué enorme cantidad de frustraciones podríamos evitarles?
Lo que se puede hacer en estos casos es que sus papás, o sus tutores, concurran al profesional elegido SIN QUE EL NIÑO LO SEPA, para que él les aconseje el modo de actuar.

Cuarto consejo:
Todos los padres, o encargados de crianza, se sienten culpables cuando su niño engorda. Pues deben desterrar de su mente ese inexacto, improductivo y torturante sentimiento. Todos le dan a sus hijos lo que a uno le han dado, o lo que no han podido consumir en su niñez por no importa qué motivo, por  aquello de —A mi hijo no ha de faltarle de lo que yo carecí cuando tenía su edad.
Es muy noble, demuestra mucho amor, pero a muchos de ellos les hace mucho daño.

Quinto consejo:
Si algún día lo sorprende comiendo algo “groseramente engordante” no haga ningún tipo de comentario, ni siquiera el más mínimo gesto de disgusto o reprobación. Si lo hiciera, él comenzaría a comer ese tipo de cosas a escondidas, y si eso ocurre casi no hay ningún tipo de estrategia que dé resultados.

Analicemos a continuación las cosas que podemos hacer para ayudarlos (se verá que, desgraciadamente, ahora todo se torna mucho más difícil y complicado).

Sexto consejo:
Si estamos decididos a acudir en su auxilio, la primera condición es que él no se entere. Ni siquiera debe sospecharlo, por obvias razones de las que ya hablamos más arriba.

Séptimo consejo:
Lentamente, tomándose mucho tiempo (estoy hablando de “meses”), vaya dejando de ingresar en su hogar productos engordantes. La excusa de un trastorno económico –que todos padecemos en mayor o menor medida– siempre da muy buenos resultados. Aunque en realidad es verdaderamente antieconómico gastar dinero en comidas o bebidas que no tienen ningún valor alimenticio, pero sin pretender llegar al fanatismo: es divertido eventualmente consumir algo rico sin importar si es nutritivo o no, o si engorda o no. A lo que me refiero es a lo cotidiano. El “comer barato” es exactamente lo contrario, a la larga cuesta mucho dinero. Pero ya hablaremos de esto más in extenso en la hipótesis sobre mi propuesta alimentaria, más adelante.
Los niños aceptan y aprenden con extraordinaria facilidad el concepto de economía y el de racionalización de los gastos. Introdúzcalo poco a poco, muy lentamente, en el mundo de la correcta nutrición sin que él sepa que lo está haciendo; debe tener la idea de que no se lo está enseñando nadie más que la propia experiencia de vivir. Las “lecciones magistrales”, en estos temas, jamás dan resultados.
Por supuesto que el resto de la familia, aunque no exista en ella ningún otro gordo, deberá adaptarse a las nuevas conductas (por eso anoté unas líneas más arriba “difícil y complicado”).


Ultimo consejo:
Introduzca lo que sigue en su mente, en forma indeleble:

LA GORDURA EN LA NIÑEZ NO DEJA NINGUNA SECUELA ESTÉTICA.
NO HAY, ENTONCES, NINGUNA EXTREMA URGENCIA  PARA QUE UN NIÑO ADELGACE.
Y SI HAY BASTANTE ACEPTABLE TIEMPO POR DELANTE ¿PARA QUE APURARSE MÁS DE LO DEBIDO?


El hecho de que deje de seguir engordando es un muy buen logro; y el de que poco a poco vaya “desengordando” es un extraordinario logro, pero ATENCIÓN: nunca se le ocurra ponerle de manifiesto que su figura “ahora está mejor”. Esa actitud es tan nefasta para él como la de recriminar su gordura. Usted pensará que un comentario de ese tipo puede llegar a estimularlo en sus logros, pero le aseguro que debido a los extraños mecanismos de nuestra psiquis el efecto siempre es el contrario. Casi cuarenta años de experiencia, de escuchar miles de historias, hacen que pueda asegurárselo.

“De este tema no se habla”, debe ser un lema que ha de cumplirse a rajatabla.

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