sábado, 19 de mayo de 2018

Octava Hipótesis: LA GORDURA NO PRODUCE TODAS LAS ENFERMEDADES DE LAS QUE SE LE CULPA.

(En donde verá un perfecto ejemplo del uso del orden por el terror)

En la sexta Hipótesis le comentaba que todo el mundo “sabe” que la gordura es la causa de un sinnúmero de padecimientos que se generan a partir de ella. Y en la Hipótesis pasada, que ese “conocimiento” es utilizado por muchos colegas para aterrorizar a sus pacientes gordos creyendo, cándidamente, que de esa forma, que con esa estratagema, se logrará más éxito que dejando todo en las exclusivas manos de “la fuerza de voluntad” de cada uno de sus consultantes.

Espero haberlo convencido de lo perjudicial que es para el espíritu del gordo esa actitud, cuando en la inmensa mayoría de las veces no se consigue más que transformarlo en un gordo muerto de miedo.

Pero lo peor de todo es que casi ninguna de las “terroríficas” consecuencias que se atribuyen a la gordura es cierta.

Exceptuando a los problemas estrictamente mecánicos, originados en el necesario sobreesfuerzo de transportar todo el tiempo el exceso de peso de la adiposis: problemas osteoarticulares (artrosis, deformaciones de los ejes fisiológicos en la estructura de los miembros inferiores y columna vertebral, fundamentalmente.); venosos (várices, insuficiencia de las venas profundas y hemorroides; todo por el agrandamiento patológico de los diámetros de las venas a causa de la dificultad que el acúmulo de grasas que se encuentra dentro de la cavidad abdominal crea al retorno venoso de la mitad inferior del cuerpo al presionar la vena cava inferior que es la que, al fin, colecta la sangre transportada por todas las venas de esa región y la vuelca al corazón, por lo que se entorpece la circulación de todo el sistema, con aumento subsecuente de la presión intravenosa y su final agrandamiento a causa de ese aumento de presión en forma constante.); o al simple hecho de llevar encima de sus costillas una capa exageradamente gruesa de grasa de depósito, lo que produce un fenómeno conocido como “apnea del sueño” (ataques pasajeros de insuficiencia de la regulación automática de la respiración mientras se duerme), o el llamado “síndrome de Pickwick” (somnolencia producida al estarse quieto y distraído a causa de la menor ventilación producida por una respiración automática entorpecida por el peso de la capa de grasa que se encuentra debajo de la piel que rodea la caja torácica, lo que disminuye el contenido de oxígeno en la sangre y el consecuente y pasajero deterioro de la función cerebral que regula la vigilia), todas las teorías que proponen una extensa lista de patologías asociadas a poseer una capa de tejido graso más voluminosa que lo habitual SON TEORÍAS INVÁLIDAS.

Todo el discurso que inculpa a las grasas extras de semejante lista de males, se debe a una errónea interpretación de los datos estadísticos, a una forma equivocada de interpretar la Evidencia.
No es real que TODAS las personas gordas sufran más frecuentemente de todo lo que a la gordura se atribuye (diabetes, dislipidemias, hipertensión...). En una población de gordos hay tan solo muy poco más diabéticos e hipertensos, por ejemplo, que en una de delgados. El aumento patológico de los valores de las grasas que circulan en la sangre se ven igual de alteradas en los primeros que en los segundos. Por eso, a ciencia cierta, nada tiene que ver en estos fenómenos el mayor o menor grosor del tejido graso de cada uno.


Aunque en realidad los gordos padecen un poco más de algunas cosas de ese tipo, no es por la gordura que portan, sino POR LOS ALIMENTOS QUE DEBEN CONSUMIR PARA PROCURARSE O MANTENER ESA GORDURA.

Este concepto es muy importante, aunque podría decirse de él que no es más que un razonamiento especulativo, pero ya se verá que no lo es para nada.

Todos, absolutamente todos los gordos lo están porque comen mal (invariablemente se alimentan mal -algunos muy mal-).
Muchos de los delgados lo son por varias razones, incluso porque algunos de ellos comen bien.
Para explicar mejor esto último digamos que hay, cuanto menos, cuatro tipos de delgados:

1.– Delgados genéticos:
Son aquellos que a causa de las intrincadas combinaciones de genes que les han dado origen, o a algún error en la combinación, tienen una incapacidad para acumular grasas de depósito. No importa cuán bien coman (y en general comen tan mal como los más gordos de los gordos), han nacido sin el protector tejido que puede acumular energía para utilizarla cuando su aporte exógeno escasee. Son, casi siempre, personas de aspecto lánguido, macilento. Generalmente ellos tienen tantos o más conflictos que los gordos en lo que se refiere a su estructura corporal, a su aspecto. Los gordos, al final, pudiesen tener un cuerpo armónico, y hasta esbelto (si su genética les es favorable), si se lo permitieran. Mas los delgados genéticos no pueden hacer absolutamente nada para lograrlo (si es que opinaran que la estética del cuerpo que Dios les ha dado no les gustase). Y cuando pretenden lograrlo, lo único que consiguen es empeorar la situación.
Una persona delgada pero de cuerpo muy magro, pretende solucionar su conflicto “engordando” (como dicen ellos). Para eso hacen todo lo contrario que los gordos que están en un plan de adelgazamiento: engullen cuanto carbohidrato se les pone enfrente (y si no los tienen van y los buscan). Están tan subyugado por la “científica idea” de que comiendo mucho se engorda, que ellos intentan realizar la experiencia para resolver su conflicto.

Pero se sienten defraudados, ya que cuanto más y peor comen, más flacos se ponen (cosa que los desconcierta –y desconcierta a la mayoría de mis colegas–).
A fines de los años setenta llegó a mis manos un librito que promocionaba una dieta que en esas épocas era famosa, por lo menos en todo occidente, La dieta médica Scarsdale. En el capítulo XIII, y en la página 148 de la edición en español, su autor contesta una supuesta pregunta que una paciente le había hecho alguna vez, sobre qué podía hacer ya que era “muy delgada” y quería “aumentar de peso”. La respuesta me consternó: el autor le comentaba que ese era el problema de unos cinco millones de estadounidenses por esos tiempos; que “no era de fácil solución para las personas que pesan poco y a las que no les importa la comida”. A continuación aconsejaba un plan de dos semanas de abundante alimentación como para “subir de cinco a siete kilos” (debo reconocer que luego advertía, cautelosamente, que ese plan no era para seguir toda la vida). Acto seguido, y después de aconsejarle sentarse a engullir no menos de tres descomunales comidas diarias, le daba una lista de los alimentos que debían formar parte de esas “panzadas”: alimentos con altísimas “calorías” (maíz en lugar de zanahorias –?–; frutas envasadas en almíbar; caramelos; tortas ; helados; —agregue crema y azúcar a los cereales— etc., etc., etc.).
Mi pobre colega Tarnower, no sé en base a qué evidencia, suponía que si una persona delgada magra (preocupada por su aspecto) comía lo que a los gordos engorda, engordaría (valga el juego de palabras).
Muchos de mis pacientes “flacos” que en todos estos años me consultaron con el objeto de “engordar”, me han contado experiencias parecidas con los médicos a los que previamente habían consultado. Curiosamente, y contrariando lo que aparentemente sería de sentido común, el resultado siempre había sido un empeoramiento de su condición, cosa que los descorazonaba.  La explicación de ese fenómeno es la que sigue.
Cuando incorporan a su dieta habitual una enorme cantidad de carbohidratos, lo hacen a expensas de disminuir -generalmente en forma muy fuerte- la provisión cotidiana de sustancias plásticas –proteínas y grasas– (de hecho, muchas veces directamente las excluyen de su dieta). No pueden acumular excesos de hidratos de carbono porque carecen, genéticamente, del tejido adiposo que se encarga de este vital trabajo, y, encima, como están carentes de aminoácidos y ácidos grasos esenciales, se los piden prestados a sus músculos, exactamente igual que como vimos en la Cuarta Hipótesis, por lo que lo único que consiguen es enflaquecer, y, obviamente, desmejorar aún más su aspecto.
A su momento veremos qué hacer ante estos casos.

Por supuesto que hay delgados genéticos que gracias a una muy buena contextura ósea y muscular (también heredada) poseen cuerpos envidiables. E, inclusive, algunos lo tienen más grueso de lo que quisieran.

Para hacer todo más inteligible, se me ha ocurrido que es interesante dividir a los cuatro tipos de delgados en cinco grupos, de acuerdo a su aspecto físico:

– Muy magros.
– Magros.
– Usuales (armónicos o esbeltos).
– Gruesos y
– Muy gruesos.


2.– Delgados instintivos:
Son los que, solo Dios sabe por qué, comen tan solo lo justo y suficiente de las substancias plásticas y energéticas que necesitan para vivir en salud, por lo que no teniendo oportunidad de acumular carbohidratos ya que consumen solo lo necesario, mantienen un cuerpo óptimo toda su vida.

3.– Delgados ocasionales (o transitorios):
Denomino así a aquellos que permanentemente realizan un gran consumo energético–metabólico mientras mantienen una cuota alimentaria adecuada a las demandas (grandes fumadores, deportistas de alta exigencia, trabajadores encargados de labores que requieren mucho esfuerzo físico, padecientes de determinadas enfermedades…).
Pero una vez que cambian sus condiciones, dejando de fumar, por ejemplo, o de hacer deportes, o sanando, siguen incorporando alimentos en las cantidades anteriores, por lo que ahora comienzan a ahorrar energía y engordan.

4.– Delgados culturales:
Son los menos, pero existen. Por causas religiosas, educacionales, costumbristas o personales, han hecho del acto de alimentarse tan solo otro simple acto más de los necesarios para vivir en pleno estado de armonía –o con la mayor que se pueda lograr–.
Después de muchos años descubrí que son los únicos que tienen derecho a ser sanamente envidiados.

Todas estas disquisiciones parecen intrascendentes. Al fin qué importa si todos creen que es la gordura la generadora de un sinfín de patologías si es lo que a los gordos, en general, les ocurre realmente.
Qué importa diferenciar si es la gordura en sí o son los alimentos que los gordos deben consumir para conseguirla o mantenerla.

Espero convencerlo de que el haber aclarado todo lo que ha leído en esta hipótesis es de gran importancia.

En general los delgados del primer tipo, los genéticos, a causa de todo lo erróneo que escuchan o leen sobre el origen de tantas patologías “asociadas a la gordura”, están totalmente convencidos de que están exentos de tanto riesgo.
Ha de conocer usted a un buen número de ellos que comen, casi en forma desafiante, una impresionante cantidad de pésimas cosas escudándose en la falsa pero tranquilizadora idea: —¡Si a mi no me engordan!

Todos los envidian (especialmente los gordos), pero al principio de este trabajo les comentaba que yo no entiendo por qué se los envidia.
Convencidos de que es la gordura, y no la mala alimentación  la causante de todos los males asociados a ella, el que se mal alimente “porque no engorda”, aunque no engorde también está expuesto a las consecuencias de esa mala comida.
Pero peor: los gordos, aunque más no sea de vez en cuando, se someten a cuidados alimentarios a veces hasta por largos períodos (de los que han consumido anfetaminas ya hablaremos más adelante). Los “yocomodetodoporquenoengordo” no lo hacen nunca, y como generalmente se sienten bien (esas patologías comienzan a dar síntomas cuando llevan años de instaladas) ni siquiera concurren con alguna frecuencia a algún médico con el objeto de controlar su salud.
Y cuando sienten algo que los obliga a consultar...
Vamos, no es lo mismo llamar a los Bomberos cuando apenas se siente un leve, raro y desacostumbrado olor a humo, que cuando la mitad de la casa se encuentra en llamas.

Por eso les ruego, respetuosamente, a mis colegas que se dedican a la comunicación social de temas científicos dedicados a la gordura y la obesidad, que cambien sus discursos. Que adviertan que pretendiendo utilizar el orden por el terror para algunos, les están tapando las narices a muchos de los que se les está quemando la casa, por lo que no lo advertirán hasta que sufran el calor de las llamas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

SI SU PREGUNTA TIENE ELEMENTOS QUE NO QUIERE HACER PÚBLICOS EN EL BLOG, SI NECESITA DE MÁS INTIMIDAD (PERO, POR FAVOR, SOLO Y ÚNICAMENTE EN ESOS CASOS) ESCRÍBAME A cesareo_rodriguez@hotmail.com CON GUSTO ENTABLAREMOS UNA NUEVA AMISTAD.

¡ATENCIÓN!

 Hola, amigos. Les informo que a partir del lunes 12 de octubre de 2020 todo lo que se puede leer en este blog se está reproduciendo en mi ...