sábado, 19 de mayo de 2018

Quinta Hipótesis: NO DEBEMOS CONFUNDIR ADELGAZAR CON ENFLAQUECER.

(En la que se pretende encender en su cerebro la duda que arde en el mío: ¿Cómo es que llegamos al año 2018 sosteniendo lo mismo que hace bastante más de un siglo: que funcionamos en base a las calorías, y que solo se adelgaza comiendo magramente?
Necio, decía Einstein, es aquel que pretende conseguir distintos resultados utilizando los mismos procedimientos).


En la Primera Hipótesis leyó dos de mis definiciones.
Se las recuerdo:

Adelgazar: Afinar un cuerpo gordo disminuyendo el grosor del panículo adiposo, o engrosar uno flaco aumentando la masa muscular y/o una afinada capa adiposa, hasta obtener la imagen óptima que corresponde a la persona que se somete al proceso de adelgazamiento.

Enflaquecer: *Disminuir las medidas perimétricas óptimas a causa de una ingesta escasa durante un tiempo prolongado, o por un excesivo consumo energético mientras se mantiene una cuota alimentaria igual a la habitual./ *Disminuir las medidas excesivas a causa de perder tejido no graso.

A pesar de las notorias diferencias etimológicas, todos sinonimizan ambos términos, o peor, como ya dijimos, para la mayoría flaco no es más que el superlativo de delgado.
Veamos el porqué de esa confusión idiomática.

Para casi todos, el comer no es más que un acto divertido. Divertido tanto como lo es ir al cine o al teatro, dar un paseo, o entretenerse con algún juego, con la lectura o con la computadora.
Y como nadie se enferma por dejar de ir al cine, renunciar a la literatura o dejar de hacer alguna de las otras cosas divertidas, en la conciencia general se ha incorporado la idea que dejar de comer o comer magramente no produce mas perjuicio que no concurrir nunca más al teatro, o, por lo menos, no hacerlo por un largo tiempo.

Todos creen (porque así se les ha enseñado) que la comida no es más que pura energía. Que la boca de cada uno no es diferente a la boca de un horno en la que cuanto más combustible se hecha más calor se produce.

En realidad tan solo un diez o un veinte por ciento de lo que consumimos se transforma en energía (acepto que esos porcentajes pueden ser discutidos), el resto, como vimos más arriba, es substancia plástica que tiene como fin refabricar lo que se nos va gastando (porque he de recordarle que nos vamos “gastando” momento a momento), y es imprescindible proveernos cotidianamente de una correcta cantidad de material para la renovación –o para la reparación, si algo se nos ha dañado–.

Es seguro que nunca pensó que por su cuerpo circulan alrededor de tres kilogramos de glóbulos rojos, que está usted rodeado por entre dos y cinco kilos de piel (según el volumen corporal de cada uno, por supuesto) y que en su interior funcionan varios kilos de vísceras.
Vísceras, piel, glóbulos rojos, tienen algo en común: deben ser renovados, íntegramente, más o menos cada tres meses.
Para que se entienda mejor digamos que exceptuando a todos los músculos y a los tejidos nerviosos, todo lo demás, inclusive los huesos, es renovado varias veces al año.
Aparte, a cada momento debemos fabricar hormonas, enzimas, prostaglandinas, anticuerpos, jugos digestivos y un sinnúmero de productos químicos imprescindibles para nuestra existencia (seguramente la osteoporosis, tan universal en estas épocas, se haya agravado, casualmente, porque las mujeres de estos tiempos comen cada vez menos y peor con el objeto de impedir el engrosamiento de su figura que ocurre con el correr de los años, cosa que es fisiológica e inevitable, y de la que ya hablaremos más adelante).

Es por todo eso que debemos comer buena comida en forma cotidiana.

Y, obviamente, para reponer, reparar y fabricar lo que la fisiología demanda, según hemos visto, hay que consumir un MÍNIMO INDISPENSABLE DIARIO (MID) de buen alimento: carbohidratos, proteínas, grasas, vitaminas y minerales en los que está incluida el agua.

Si se consume, por cualquier motivo, menos que el MID, o si se requiere una cantidad mayor que la habitual durante un tiempo medianamente prolongado y la cuota alimentaria cotidiana no se eleva, se está incorporando menos que el MID. Por lo que se somete al organismo a un legítimo estado de
CARENCIA ALIMENTARIA

Como decíamos recién, para casi todos el comer no es más que un acto divertido, y el hambre, muy lejos de una necesidad fisiológica básica, no es más que una pasión. Pasión que como casi todas las pasiones puede reprimirse, controlarse, dominarse y hasta suprimirse con “fuerza de voluntad” (o con algún medicamento salvador si es que la fuerza de voluntad no es suficiente. Uno siempre encuentra un “médico solidario” en esas terribles situaciones).
Pretendo demostrarle con esta nueva hipótesis que todo esto no es más que otra falacia.

Los humanos podríamos vivir en total estado de salud (me refiero estrictamente a lo nutricional) consumiendo siempre y solamente carnes y vegetales crudos, tal como lo hacen los demás animales de la creación. Pero inventamos el arte culinario. Y lo inventamos tan solo para no hacer aburrido el acto obligatorio y fisiológico de ingerir los nutrientes imprescindibles cotidianamente. Tal como inventamos las tisanas, los caldos y los refrescos para quitarle la monotonía al acto fisiológico y obligatorio de beber agua con frecuencia; o las sábanas de seda para hacer más agradable el imprescindible acto de ir a dormir (y de perpetuar la especie, claro).

Desde que los gordos se hicieron tan numerosos como para que la ciencia se ocupara de ellos, todo el planteo terapéutico se basó en un razonamiento, en un presupuesto, en una fórmula:

LOS GORDOS LO ESTÁN PORQUE COMEN MUCHO.
PARA ADELGAZAR, ENTONCES, DEBEN COMER POCO.


En base a esa observación, a ese principio tan elemental y primitivo, se establecieron actitudes “curativas” que aun hoy se siguen usando con el mismo fervor, entusiasmo y tozudez que hace más de un siglo. Tal como si esas actitudes hubiesen, desde el principio, llevado a todos los “padecientes de gordura” a un final feliz.

Sin embargo en todas estas décadas, como es de público conocimiento, el problema no ha hecho más que agravarse: el porcentaje de personas gordas que forman parte de cualquier grupo humano aumenta en forma geométrica, y en la misma forma las nefastas consecuencias indeseables de las terapias impuestas pretendiendo disminuir el porcentaje.

Quiero creer que en este momento en su mente ha surgido una pregunta: —¿En donde está el error?

Pues, la respuesta también es poco compleja:

LOS GORDOS NO LO ESTÁN PORQUE COMEN MUCHO (Estoy hablando desde el estricto punto de vista orgánico, en un próximo capítulo comprenderá el porqué de esta aclaración) SINO PORQUE COMEN MAL.

LUEGO, PARA QUE ADELGACEN NO HAY QUE OBLIGARLOS A COMER POCO, SINO ENSEÑARLES A COMER BIEN.
Aunque coman mucho. Mientras coman bien…

La principal herramienta que se ideó en base a aquel equivocado planteo que reza que si uno está gordo es porque come mucho, fue lo que conocemos como “dieta hipocalórica”.
La filosofía del planteo hipocalórico, como ya hemos visto, es la que supone que la gordura no es más que el patológico acaparamiento de los excesos de calorías ingeridas. Para adelgazar, entonces, se deben consumir menos de las que, sesudos cálculos mediante, la persona en cuestión necesita de acuerdo a su sexo, edad y actividad. Las que falten serán compensadas con las que extraiga de sus tan odiados depósitos de grasa.
El adelgazamiento ha de ser, a todas vistas, la consecuencia lógica del proceso.

Pero todo vuelve a estar mal.

Los animales, todos los animales (carnívoros o herbívoros, estrictos o no), recuerde, no vivimos combustionando calorías, sino hidratos de carbono (más específicamente, glucosa) –aquel autor norteamericano, esa vez sí tenía razón al defender las hipótesis que se habían elaborado muchas décadas antes–.

Las tan promocionadas y oficiales dietas hipocalóricas en realidad son

DIETAS CARENCIADAS

El someterse durante, digamos, tres meses, que es el tiempo aproximado de toda una renovación de nuestro organismo, a una dieta carenciada (hipocalórica) significa para nuestra economía (los médicos usamos mucho esta palabra, con ella nos referimos al sistema de funcionamiento de los procesos corporales en los cuerpos orgánicos, también al cuerpo como un todo organizado. De hecho, en ningún texto médico figura la expresión “cuerpo humano”, siempre la reemplazamos por ese eufemismo: “la economía”) significa, decía, un legítimo ESTADO DE EMERGENCIA NUTRICIONAL: por falta crónica de una adecuada provisión de material de repuesto la renovación no se hará plenamente como la fisiología lo necesita.

Una dieta hipocalórica tradicional aporta al organismo, y en el mejor de los casos, no más de la mitad, pero en general muchísimo menos, del MID, por lo que luego de toda una renovación nadie pretenderá conservar sus imprescindibles tres kilos de glóbulos rojos –seguramente en este momento recuerda a aquella amiga que por someterse a una “dieta estrictísima” se transformó en anémica; o quizá se acuerde de su propia anemia si pasó usted por la prueba–.
El grosor y la calidad de la piel disminuirán (ahora quizá venga a su memoria la vez en que lo sometieron a aquella insufrible dieta de novecientas calorías –dieta Shock, que le dicen– y su piel quedó fina, pálida y ajada. —¿Te sientes bien?— le preguntaban sus allegados).
Y el hígado se achica, y los riñones, el páncreas, los ovarios y los testículos (por qué cree, si no, que las muchachas “anoréxicas” dejan de menstruar, y que los varones con ese problema se vuelven infértiles. Los ovarios y los testículos se hacen tan pequeñitos que ya no pueden cumplir plenamente con su función). Y a todos los demás órganos les pasa lo mismo. Todos funcionarán al límite de la RELACIÓN  EFECTIVIDAD–TAMAÑO. Y si sigue empeñado durante mucho tiempo en las novecientas calorías la relación ha de romperse, y cuando se rompa...

Éste es el momento de sacar algunas cuentas. Si usted se alimenta con menos del 50% del MID durante un tiempo prolongado, solo renovará, digamos, el 80% de sus glóbulos, otro tanto de su piel y de sus vísceras. Decididamente las cuentas no dan: ¿cómo ha de renovar el 80% si tan solo ha consumido el 50% de material de renovación?, ¿de donde sacó la diferencia?, Esta respuesta también será fácil de entender: la proteína que le ha faltado la sacó fundamentalmente de sus músculos, querido lector. Son ellos los que ante la carencia prolongada de material proteico de repuesto a que ha sido sometido con una prolongada dieta de hambre le prestaron (entiéndase bien: LE PRESTARON) lo necesario como para renovar lo estrictamente indispensable procurando su sobrevida hasta que termine la emergencia. En estos extremos es mucho más importante la oxigenación de su cerebro, las funciones hepática y renal, por decir algunas, que la fuerza muscular. Y nuestra economía es tan sabia que prioriza las funciones vitales a expensas de otras más secundarias. El fin de esta priorización es mantener al organismo vivo el mayor tiempo posible con la esperanza de lograr que la emergencia termine y sobrevivir al evento.
Perder medidas y, fundamentalmente, peso por disminuir el número de glóbulos rojos, la masa visceral y ósea, el grosor de su piel y, sobre todo, el volumen de sus músculos

NO ES ADELGAZAR, SINO ENFLAQUECER

Y nadie ha de querer eso (exceptuando a los médicos que defienden esas brutales restricciones).

Entonces, como ya “llegó a la meta” (supongámoslo), comienza a comer como lo hacía antes, pero quizá esta vez aún mejor que antes. Y el nuevo buen alimento le devuelve a sus músculos las proteínas que estos le prestaron. Y ante un correcto aporte de nutrientes, sus glóbulos, vísceras y piel vuelven a sus volúmenes y pesos originales, como al principio, como antes de la hambruna. Y usted se mide y se pesa, y piensa que volvió a engordar. Pero no es cierto: había enflaquecido y ahora tan solo se ha recuperado.

—¡Qué bien estaba cuando estaba tan mal!— exclamó, resignadamente, una paciente a la que convencí de todo esto, cuando recordaba la “espléndida silueta” que había conseguido como premio por morirse de hambre durante varios meses… y que duro mucho menos de la mitad del tiempo que tardó en conseguirla.

Ya en la primera Hipótesis le informé sobre lo que creo es la más acertada definición de la palabra “obeso”. Desde hace muchos años pienso que la actual acepción universal de ese vocablo es un verdadero desperdicio semántico.
Etimológicamente el término aparece por primera vez en el año l737, y fue tomada del latín obêsus, que significaba “el que ha comido mucho”. Participio de ‘obedere’: comer, raer, a su vez derivado de ‘edere’: comer, con el agregado del prefijo ‘ob’ que significa por, a causa de.
Literalmente esa palabra podría ser usada en muchísimos de los pacientes de problemas ocasionados, casualmente, “por comer mucho”, pero la medicina (no se a quién se le habrá ocurrido la luminosa idea por primera vez) la utiliza exclusivamente como el superlativo de “gordo” –y muchas veces como su sinónimo–.
Siempre me han hecho mucha gracia (y también me han dado vergüenza ajena) las “terribles” discusiones de mis colegas, en congresos y publicaciones, sobre en qué exacto momento un gordo deja de estarlo para pasar a la “oprobiosa” categoría de obeso. Todos son irreductibles en su postura, aunque la mayoría la va cambiando según las épocas o las modas académicas. Con fanáticas defensas de sus posiciones, algunos sostienen que es obeso el que tiene más del 20 % de su “peso teórico” (sic). Otros más estrictos ponen como límite el 15 %; y los más condescendientes el 25 %. (¿Qué cosa será el peso teórico?).
El peso teórico o ideal: —¡Oh, el peso teórico!...
Se han desarrollado “terribles batallas intelectuales” para llegar a establecerlo.
Se han ideado cientos de fórmulas para llegar “a la verdad” de la cuestión.
Pondré algunas a su consideración para que comprenda el por qué de mi enojo (o de mi estupefacción).

Fórmula de Brocca:
“El peso en kilogramos ha de ser igual a la talla en centímetros menos cien”
Si mide usted 172 cm de altura debe pesar setenta y dos kilos para considerarse delgado. Con esta fórmula uno viene a descubrir que todos los que padecen enanismo están gordos, ya que no se conoce en la historia de la humanidad ninguna persona de l,02 m de altura que tan solo pese dos kilos (esto último no es más que una ironía del autor).

Fórmula de Bornhardt:
“El peso en kilogramos será igual a la talla multiplicada por el perímetro medio torácico”.
Se considera delgado al que el resultado le dé 240.

Indice de Pirquet: (Ahora la cosa se complica un poco más).
“Si se multiplica el peso por diez, se divide el producto por la altura sentado (?) y al cociente se le extrae la raíz cúbica, el resultado normal ha de ser cien”.
Es obeso quien obtiene valores mayores de cien (sic).

Indice de Pignet: (Lo conocí por primera vez en mi Servicio Militar).
“Es el resultado de restar a la talla el perímetro torácico y luego el peso”.
Normal: entre 15 y 25. Los “obesos” obtienen valores más bajos.

Hay muchísimas más (decenas más). Me encantaría comunicarle todas las que he encontrado, pero estoy seguro de que usted se aburriría y pasaría las hojas por alto, por lo que todo mi “trabajo de investigación sobre como se determina mediante las matemáticas quién es normal, quién esta gordo y cuál obeso se transformaría en algo total y absolutamente inútil.
Pero déjeme, por favor, que le exponga una última.

Índice de masa corporal (IMC): Es el resultado de dividir el peso en kilogramos por el cuadrado de la talla en metros. Este nuevo intento tiene algo en particular: es lo último de lo último, y está de moda en todos los círculos académicos.
Al principio se consideraban valores normales los que oscilaban entre 20 y 25, luego sus mentores se pusieron más condescendientes y establecieron que es "normal" la persona que se encuentra entre 18 y 27. Es claro, seguramente algún musculoso señor de 1.83 m de altura y 90 Kg sacó cuentas y el resultado le dio 26.87, por lo que, seguramente, fue y protestó. Y como no es tan sencillo discutir con un musculoso fortachón de 1.83 m y 90 Kg, no hubo mayores inconvenientes en subir los límites de la normalidad a 27; y si subimos dos puntos el máximo admitido, es justo que se compense el mínimo con una reducción semejante. ¡Pero no se harán más concesiones ¿Estamos?!

Ahora viene lo feo:
Quienes están entre 27 y 30 son considerados obesos de grado I (sic).
Entre 30 y 40 obesos de grado II.
Mayores de 40 obesos de grado III. A este “grado de obesidad” también se la denomina “Obesidad Mórbida” (Sabe Dios que cosa, exactamente, será padecer obesidad mórbida, ya que para los defensores del concepto obesidad = enfermedad, como morbo quiere decir enfermedad, viene a resultar que la obesidad mórbida en una ”enfermedad enferma” -Dios les ampare-. Aunque debo reconocer que Obesidad Mórbida es menos brusco que la antigua denominación: Obesidad monstruosa).


Anécdota personal:
Cuando era niño, cada vez que le preguntaba a mi padre sobre quién inventó alguna cosa, él me respondía siempre con una jocosa expresión (quiero decir que siempre me hacía el mismo chiste). —Alguien que no tenía nada que hacer— me decía. Luego, obviamente, me daba la respuesta correcta o, si no la sabía, íbamos a investigarlo en nuestra enciclopedia.
—Papá, ¿Quién inventó el teléfono?
—Alguien que no tenía nada que hacer...
—Papá, ¿Quién inventó la radio?
—Alguien que no tenía nada que hacer...
Fin de la anécdota.

Si mi padre viviera, estoy seguro de que cuando le preguntara —¿Quiénes inventaron esas fórmulas?— me contestaría, pero esta vez como única respuesta, sin ir a consultar a la enciclopedia —Algunos que no tenían nada que hacer.
¿No piensa usted lo mismo? ¿En que evidencias se habrán basado para interpretar que las personas que “entran” dentro de sus cifras de normalidad son delgadas, o gordas, según le den las cuentas?
¿No habrán advertido –me pregunto– que la condición de delgadez es el resultado de una autovaloración, de una autoapreciación individual e irrepetible? (con respecto a esta última cuestión debo advertir que existen autoapreciaciones patológicas, que son aquellas que hacen de sí personas “flacas” que aun se ven “gordas”, por lo que deciden seguir muriéndose de hambre para conseguir “lo que sueñan”. De todo este farragoso tema hablaremos más adelante).

Caramba, cuánto tiempo perdido pudiendo haberlo invertido en cosas mucho más productivas: conversar un poco más a fondo con cada paciente gordo que concurre a la consulta, por ejemplo. Inquiriendo más sobre sus intimidades; opinando sobre sus conflictos; intentando la forma de buscar entre médico y paciente una solución individual para él.
Tratando de enseñar a sus alumnos que es más productivo investigar en el alma de cada uno de los que piden su ayuda, su supuesto sabio consejo, que pretender sistematizar, estandarizar cada complexión corporal con una fórmula matemática.
Entendiendo, y haciendo entender a sus discípulos, algo tan elemental como que la medicina no ha sido, ni podrá serlo jamás, una ciencia exacta, y que, encima, ES LA MÁS INEXACTA DE TODAS LAS CIENCIAS, y muchísimo menos en estos menesteres de la figura humana, de la estética del hombre (aún con sus excesos o sus defectos).

Se preguntará usted, a estas alturas, cuál fue el origen de querer establecer quién es quién, o quién es el que está bien y cuál el que está mal. Quizá piense que la respuesta está en la misma pregunta, pero le informo que no es así.
Cuando los gordos comenzaron a pedir ayuda a los médicos, estos, como ya hemos visto en la cuarta Hipótesis, advirtieron que como comían mucho se les debía restringir el alimento hasta que lograran su “delgadez”. Pero comenzaron a observar que si los gordos seguían empeñados en comer poco, seguían “adelgazando” y “adelgazando” (recuerde que en realidad enflaquecían y enflaquecían), por lo que se vieron en la urgente necesidad de poner límites.
¡Sí señor!, todo este universo de fórmulas surgió de la “necesidad de saber cuando parar”.
Es por eso que considero a todo esto una real y lastimosa pérdida de tiempo. Es por eso que estoy seguro de que don Cesáreo, mi padre, que era bastante irónico, me hubiese contestado que idearon todas esas ecuaciones porque no tenían nada más productivo que hacer.

En realidad el límite al adelgazamiento ha de ponerlo la misma fisiología. Es muy simple: cuando un gordo hace las cosas bien (a su momento trataré de explicarle qué creo yo es hacer las cosas bien), cuando logra desembarazarse de la última molécula de grasa extra que le queda de las que había acumulado como “despreciable” reserva, ya no tiene nada que perder.
Mi abuela, que era andaluza, siempre decía: “De donde no hay, mucho no se puede quitar”, y tenía toda la razón. Si a un gordo se le esfuma toda la grasa que tiene de más, ¿qué otra cosa ha de seguir perdiendo si hace las cosas como natura manda?

Adelgazar quiere decir PERDER LOS EXCESOS DE GRASA ACUMULADA (vuelvo a aclararle que estoy hablando desde el estricto punto de vista orgánico. Mas adelante veremos que ADELGAZAR es un logro mucho más difícil de conseguir de lo que ha creído hasta ahora, pero no se desanime y siga leyendo: la gordura es un gran laberinto, pero es un laberinto del que un buen número de personas pueden salir. Espero convencerlo cuando llegue el momento).

ADELGAZAR es sentirse cada vez mejor, con mejor aspecto, con más energía, con mejor humor, con la piel más lozana y fresca…

ADELGAZAR significa que sus medidas se reduzcan hasta que consiga las óptimas, las que le correspondan de acuerdo a su sexo, edad, circunstancias, actividad física, herencia y cultura. No a las que “usted quiera”, sino a las que ”le correspondan”.

NUNCA SE HA CREADO, NI HA DE CREARSE, UNA DIETA A LA QUE USTED SE SOMETA Y “ADELGACE”, Y UNA VEZ QUE ESTE DELGADO COMA LO QUE QUIERA (si, total, ya está delgado) Y NO ENGORDE MÁS.

Como tampoco jamás habrá ningún medicamento que asegure su delgadez perpetua. Espero convencerlo de que no hace falta ningún “remedio” para conseguir semejante logro. Es más, toda medicación que se le indique “para ayudarlo en la empresa” está tan contraindicada como alguna vez lo estaría algún fármaco que pretendiera lograr que un embarazo dure nada más que veintiún días.

Si en estos momentos esta “a dieta”, pero al mismo tiempo está perdiendo el buen aspecto y las ganas de vivir. Si se siente cambiando un conflicto –su gordura–, por otros peores –su insatisfacción y el horrible sentimiento de que todo lo que logre será forzosamente transitorio–, no está adelgazando, está enflaqueciendo.

¿Para qué otra vez?

1 comentario:

  1. Esta vez has logrado que me riera a carcajadas, aunque estés planteando y exponiendo reflexiones sobre temas tan serios.
    ¿En el índice de Pirquet toman en cuenta la altura de las patas de la silla? Una pequeña diferencia en centímetros pueden dar resultados exponencialmente distintos.

    En esta hipótesis me has llevado de nuevo a dos materias que me fascinaron en mi carrera: biofísica y bioquímica. El intrincado y complejo camino de reacciones químicas y físicas de la unidad más simple viva como los de seres vivientes con órganos especializados es fascinante. Lo has planteado de forma amena y divertida pero con una claridad que solo puede responder a tu don pedagógico.
    Abrazo

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