sábado, 19 de mayo de 2018

Séptima Hipótesis: EL ORDEN POR EL TERROR.

(La actitud del paciente que acude al médico siempre está matizada -aunque en su mayor parte inconscientemente- de disgusto y miedo, su más profundo deseo es recibir consuelo y ayuda, más que curación, y su fe y esperanzas estarán dirigidas hacia una manifestación mágica de estas mercedes.
Nunca crean ustedes que estos elementos puedan estar totalmente ausentes, por mucho que los disimule la educación, la razón o una aparente franqueza.         –Wilfred Trotter–)


Los seres humanos somos animales gregarios: debemos convivir con otros de la misma especie para poder desarrollar a pleno todas nuestras capacidades.
Esa condición nos ha obligado, desde siempre, a compartir grupos más o menos numerosos. Y el vivir en comunidades desarrolló la necesidad de imponer el orden imprescindible como para que la vida de cada uno transcurra pacíficamente, o con la menor cantidad de sobresaltos posibles. Vamos, para que uno se sienta reconfortado de vivir en sociedad.
Las leyes y reglamentos que cada grupo se impone por convención son el arma más antigua que el hombre ideó para que la gregariedad sea factible o, en el último de los extremos, tolerable. Para extraer de aquella condición la mayor cantidad de beneficios posibles.
El orden es el elemento fundamental para que cualquier conjunto humano pueda coexistir en cualquier espacio físico con felicidad.

La vida nos ha enseñado que hay, por lo menos, cinco maneras de mantener ese orden.
Podrían denominarse como sigue:

1.– El orden por la cultura.
Es el que nos permite cierta convivencia en base a pautas morales adquiridas en el transcurrir de nuestra existencia, de nuestra educación.
Con los ejemplos podrían llenarse varios tomos, pero tan solo uno o dos nos darán la idea.
* El no hacer algo que ofenda a los otros, usando para ello el egoísta argumento de que lo hacemos porque nos conviene.
* El ser cordiales con los demás para que su convivencia con nosotros les sea agradable.

2.– El orden por la persuasión.
Es el que se consigue convenciendo a alguien sobre los beneficios que han de traerle a él, o a quienes le rodean, el mantener algún tipo de orden en determinado aspecto de sus vidas.

3.– El orden por el estímulo.
También los ejemplos de este tercer tipo podrían llenar varios libros, pero solo uno será suficiente para que usted comprenda a qué me refiero.
* El premiar a alguien que haya realizado una labor correcta, sabiendo él, de antemano, que si procede correctamente será recompensado.

4.– El orden por el temor.
Es el orden que en general imponen las leyes y reglamentos: si actúo de mala forma recibiré un castigo a causa de mi mala actuación.
Muchas veces en una madrugada fría y lluviosa, cuando tenemos gran prisa por llegar a casa, nos enfrentamos, en una desolada calle de nuestro barrio, con un semáforo en rojo que nos ha de detener algunos “interminables” segundos. A pesar de que advertimos que si lo traspasamos nada malo ha de ocurrir ya que somos los únicos que a esas horas estamos transitando, el temor a que un inspector agazapado detrás de un árbol, o alguna indiscreta cámara fotográfica, advierta nuestra falta y nos imponga una dolorosa multa, nos obliga a respetar la señal resignadamente (si es que nuestra cultura no nos alcanza para hacernos desistir de la idea de transgredir). Sentimos el temor de que al quebrantar las reglas una pena monetaria nos haga sufrir, por lo que “preferimos” acatar la ley que dice “Ante un semáforo en rojo detenerse hasta que trocando a verde nos permita el paso”.

5.– El orden por el terror.
Ésta es, sin dudas, la forma más odiosa de mantenerlo.
Usted imaginará muchos ejemplos, pero tan solo un par aclarará perfectamente el concepto.
Cuando el Imperio Romano formó sus ejércitos, sus tropas se nutrieron de una inmensa mayoría de reclutas con capacidades culturales prácticamente nulas.
El verticalismo en su estructura era (y sigue siéndolo en los ejércitos modernos) la única forma posible de mantener el orden y llevar a la victoria en las luchas para las cuales se les preparaba.
Mas ¿Cómo podría conseguirse de gente tan basta la obediencia necesaria para el éxito en la empresa?
Seguramente no por la persuasión y menos aún por la cultura. El estímulo no era suficiente. E insuficiente era, también, el temor.
Entonces los Generales apelaron al único modo posible: el terror.
Imaginemos a una Centuria practicando para marchar ordenadamente.
Todos moviendo las piernas al unísono. Comenzando la marcha con la pierna izquierda y siguiendo la cadencia: derecha–izquierda–derecha...
Trate de imaginar el desorden ocasionado en los movimientos de una muchedumbre provista de una cultura tan poco evolucionada (la inmensa mayoría ni siquiera sabía qué era derecho y qué izquierdo).
¿Qué hacían entonces los Centuriones para solucionar tan formidable problema? Pues simplemente usaban el orden por el terror.
–“¡¡A quien equivoque el paso se le castigará!!”
Y cuando habían castigado cruelmente a cuatro o cinco, delante de todos, con juicios más que sumarísimos, los restantes componentes de la escuadra, aterrorizados por la posibilidad de un seguro y cruel castigo ante el más mínimo error, marchaban tan sincronizadamente como si lo hubiesen hecho desde su primera infancia.
La pena de muerte que en muchos países aun se utiliza, no es más que un desesperado intento de mantener cierto orden: –el que asesinare será, a su vez, asesinado– No ha dado un gran resultado, según muestran las más diversas estadísticas, pero a pesar de lo ilógico, cruel e inhumano, se seguirá utilizando en muchos lugares del planeta que, a pesar de todo, muestran un altísimo grado de intelectualidad.

La Medicina es la más humana de todas las ciencias.
Su cometido es el de aliviar los sufrimientos de nuestros congéneres.
A nadie se le ocurriría utilizar la doctrina del orden por el terror en una ciencia que ha sido creada para asegurar el bienestar del hombre a partir del amor, la entrega, la comprensión y la compasión, pero, aunque parezca increíble, el orden por el terror es de uso cotidiano.
Y es en los “tratamientos de la gordura” en donde se ve más patentizado
—Si no adelgaza de una buena vez ha de ocurrirle esto, y seguramente esto otro, o quizá aquello…— es el infame pronóstico que escuchan de la inmensa mayoría de los médicos a quienes consultan (o de aquellos que dan consejos por radio, televisión o en la prensa amarillísima). Es así: la escuchan de boca de los médicos a los cuales han concurrido a pedir consuelo y ayuda.
Y el gordo que alguna vez ha consumido anfetaminas, que quizá le prescribió el mismo que hoy pretende aterrorizarlo (o el obeso que necesita de su gordura para, inconscientemente, diluir el cúmulo de conflictos del segundo tipo que empañan su vida, y al que nadie ha intentado enseñar cómo adaptarse a vivir con ellos para resolverlos), el gordo, decía, tampoco puede adelgazar, pero ahora es más que un gordo: se ha transformado en un gordo muerto de miedo.
Están utilizando el ORDEN POR EL TERROR, y en medicina ése es el peor de los pecados, la peor de las transgresiones.
“La actitud del paciente que acude al médico siempre está matizada, aunque en su mayor parte inconscientemente, de disgusto y miedo, y su más profundo deseo es recibir consuelo y ayuda, más que curación...”


Qué consuelo y ayuda pretenden estar dándole al que amenazan por mantenerse en su, piensan ellos, “porfiada” idea de seguir con su gordura.

Los gordos reclaman —¡Ayúdeme a poner orden en mi vida! ¡Quiero ordenar mi salud!— y esos médicos, ilusos, pretenden usar el terror para lograr el orden.

No mi querido lector, no han de ser esos los métodos.
Estamos moral y éticamente obligados a utilizar el orden por la persuasión, por el estímulo...por la cultura. Esa es la médula de la buena praxis.
El paciente gordo tiene que salir de la consulta soñando, entusiasmado, con los beneficios que podría lograr si adelgazara. O, en el peor de los casos, convencido (totalmente convencido, quiero decir) que si su inconsciente, su otro yo, no puede hacer nada por aliviarlo, NADA MUY MALO LE VA A OCURRIR (salvo que alguna vez decida consultar a algún profesional que pretenda encaminar su destino utilizando el orden por el terror).

En la próxima hipótesis redondearemos la idea de todo esto.

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